viernes, 3 de abril de 2020

Los errantes (Bieguni), de Olga Tokarczuk



Contonéate, muévete, no dejes de moverte. Solo así lo despistarás. Quien rige los destinos del mundo no tiene poder sobre el movimiento y sabe que nuestro cuerpo al moverse es sagrado, solo escaparás de él mientras te estés moviendo. Ejerce su poder sobre lo inmóvil y petrificado, sobre lo inerte y quieto. (…) Quien se detenga quedará petrificado, quien se pare será disecado como un insecto, su corazón, atravesado por una aguja de madera, sus pies y manos, agujereados y clavados al umbral y al cielo raso. (…) Por eso tiranos de cualquier calaña, servidores del infierno, llevan en su sangre el odio a los nómadas, por eso persiguen a gitanos y judíos, por eso obligan a toda persona libre a asentarse, la marcan con una dirección que es para nosotros una condena. (…) Muévete, no pares de moverte. Bienaventurado es quien camina”. (Qué decía la errante bientapada)

Vivir es un viaje, el viaje. Todos hacemos el nuestro que es igual al de los demás, pero único en cada caso. Querríamos que alguien nos acompañase, no hacerlo en solitario, nuestra madre, la chica de la que nos enamoramos, el amigo del alma, los compañeros de aventura, pero terminan por dejarnos solos, porque se rompe el hilo o la pasión se apaga o tras un enfado la reconciliación es imposible o porque dejamos de creer o somos el último en perder la ilusión. Adónde vamos. Salvo los que se quedan en casa por miedo, por desconocimiento, por falta de coraje, por falta de carácter o por fidelidad a la tierra, a los padres, a los hijos, a ideas forjadas, encadenados, salimos sin rumbo en busca de algo mejor. Vamos a un lugar no muy lejano para regresar a casa, al trabajo, a la familia, a las costumbres, a la patria o prolongamos el viaje a terra incognita con afán de maravilla, de contraste con lo que somos y conocemos o porque queremos olvidar o hacernos nuevos, o liberarnos, empezar de nuevo la travesía allí donde no nos conozcan o donde no tengamos que rendir cuentas o a la espera de encontrar ese alguien que siempre estamos buscando pero que cada vez nos decepciona o no somos capaces de darle lo que espera de nosotros. Pero no solo viajamos por la superficie de las cosas, por la piel del mundo. Damos vueltas alrededor de nosotros. Del propio cuarto y de la propia piel. El cuerpo, lo que somos, viaja con nosotros, es cuando se deteriora cuándo dejamos de viajar. Esta máquina que hemos ido explorando, incorporando a nuestro saber a medida que conocíamos el mundo, con parecidas regiones de difícil acceso, reconociendo cada una de sus partes, sus peculiaridades, hasta verlo, el mundo y el cuerpo, como un sistema ecológico que requiere exquisito cuidado y preservación, es decisiva para proseguir nuestro viaje hasta preguntarnos si lo podremos preservar, si habrá piezas de repuesto o acaso sustituir. No nos basta la piel del mundo, la geografía del cuerpo, hay más, queremos saber más, las regiones de la imaginación. Es la imaginación la que ha creado las salas de embarque, la que ha remodelado siglo tras siglo los embarcaderos y las moradas del hombre, los palacios del sultán, los museos y los gabinetes de curiosidades, la que a su vez remodela al hombre. Hay hombres que ven en el viaje su morada y otros en la inmovilidad, Bieguni, los errantes, Bieguny, los polos, entre la movilidad y la inmovilidad, es preferible moverse, porque en el incesante movimiento está el modo de escapar al diablo. "Quien se detenga quedará petrificado" (En referencia a una secta dentro de la Iglesia Orodoxa rusa, perseguida por el zar).

¿Pero cuál es la índole de nuestro viaje, qué somos, aventureros a la fuerza, exploradores, peregrinos, nómadas, fugitivos, corredores. seres errantes? ¿Nos conformamos con lo conocido, con lo que nos es dado? ¿Queremos que nada se nos escape, tener todas las experiencias posibles, ir un paso más allá? ¿Hay una fe que nos mueve, incardinada en la especie, a la que nos hemos entregado, qué guía cada paso de nuestro viaje, una fe que responde a las preguntas, que satisface las inquietudes, que alivia la angustia? ¿O somos seres arrojados al mundo, seres errantes, sin destino, puestos en marcha al alba para movernos siguiendo huellas, caminos más o menos trazados, hasta que la luz del día se apaga? Sea lo que sea el viajar, peregrinar o errar, atentos, infundidos o perdidos no vamos a completar el viaje, se nos queda corto, lo debemos interrumpir, nos cortan el paso, no era lo que esperábamos, nos abandonan, algo se rompe o lo posponemos para mejor ocasión, una ocasión que una vez será la última ocasión. Hay una cosa verdadera, tú vives tu propio viaje, y aunque se parece al mío es otro, diferente al de Olga Tokarczuk. Si lo escribes o lo cuentas estará lleno de maravillas y de traumas y si das con la tecla será tan interesante como el que más. Pero una cosa has de saber, el viaje existe, sin duda, pero errarás si le das origen y destino, tu vida como la mía es fragmentaria, cuando pensamos en ella vamos acopiando trozos mal recortados, episodios truncados, sentidos donde no los había, haces memoria y piensas que aquello lo viviste tú y quizá te lo contaron, también que lo que escribió Cervantes o lo que vistes que ideó Shakespeare forma parte de ti sin haberlo vivido, pues eso somos, un collage compuesto de miles de fragmentos y de la mayor parte de ellos no somos los autores.

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