miércoles, 1 de abril de 2020

El hoyo y Hogar



Hay dos pelis españolas que parece que triunfan estos días en Netflix. ¿Lo harían si la situación no fuese la que es? ¿Triunfarían en las salas de exhibición comerciales? Mucho me temo que el cine de salas nuera también con el coronavirus. La gente adquiere costumbres difíciles de doblegar cuando las cosas cambian.

Está sucediendo una cosa inimaginable. El cine era un reducto, no sólo porque nos recluíamos para ver películas, sino porque cada peli era un espacio cerrado, un experimento acotado sobre un comportamiento, una sociedad enclaustrada (muchos cineastas han jugado con esa idea, Buñuel, un pionero), un tiempo y un espacio analizado como ejemplo de lo que somos, o de lo que fuimos o una proyección de lo que se espera de nosotros. Ahora, es como en aquella peli de Woody Allen en que el prota sale de la pantalla para hablar con la espectadora enamorada. La rosa púrpura del Cairo, me dice google. Es curioso que la acción se sitúe en la gran depresión, en muchos aspectos un paralelo a nuestra época, la que viene. Pero ahora es al revés, somos nosotros los encerrados tras la pantalla y lo que vemos a través de ella es el mundo real o su simulación.


El hoyo es lo más cercano a la idea de enclaustramiento, quizá por ello el éxito de estos días. El hoyo es un idea. Imagina un enorme edificio sin vistas, una enorme cárcel en realidad, con un montón de niveles o plantas hacia arriba y hacia abajo. En cada planta dos individuos sin otra ocupación que esperar la comida. En el centro de cada nivel hay un gran hueco por el que baja la comida en una plataforma. Los de los niveles superiores pueden comer y hacer cuantas guarrerías quieran con ella, los de los inferiores te puedes imaginar. Pero no hay más, es una idea sin desarrollar. El guion se agota en la ingeniosa idea, todo lo que se añade buscando simbolismo e interpretación es pobre. De hecho, me he aburrido mucho viéndola hasta el final.


Hogar tiene más empaque. Tampoco es original. Hemos visto muchas veces al individuo que se infiltra en una familia para destruirla (Haneke o Pasolini, por ejemplo. Y por supuesto Parásitos). El guion está más elaborado, se esfuerza en resultar creíble. Es creíble el prota que ha perdido el encanto de su profesión de publicitario. Su familia en derrumbe abandona una mansión con vistas por un pisito del Carmelo (hablamos de Barcelona) donde los grifos gotean. De pronto, se pone a envidiar a los nuevos inquilinos de su anterior hogar: jóvenes, hermosos, triunfadores, pero, ay, como en toda buena familia, con una debilidad. El prota la explotará. El desarrollo de la trama es menos creíble, también las interpretaciones. Solo se salva un magnífico Javier Gutiérrez. Pero los directores, los hermanos Pastor, saben angustiarte. Hay momentos en que te lo hacen pasar mal. Es un thriller entretenido pero de ningún modo, como algunos han comentado, también con respecto a El hoyo, una peli con apuntes sociales. Qué tontería.

Viejos





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