Circulaba
ayer
hacia el hospital por la vía que rodea el monte del castillo.
Lentamente, a no más de 45 km por hora, hay un rádar antes del
desvío que va al cementerio, al que todo el mundo tiene gran
respeto. Un poco más abajo, están las funerarias. En la última, la
de San José, sobre los escalones que suben a la capilla había tres
hombres y una mujer, escalonados, de
pie, separados,
esperando.
Todos vestían de luto riguroso, con trajes formales negros, salvo el
rostro cubierto por la mascarilla y las manos enguantadas, blancas.
No
podía detenerme para hacer la foto, pero esa era la foto, la
foto de estos días, blanco sobre negro, como
esas urracas que se están haciendo dueñas de las
calles, blanco sobre negro.
“Al final, vivimos en una fantasía. Creemos que tomamos decisiones, que nunca vamos a morir, que nuestros hijos crecerán bellos inteligentes, que nuestras esposas nunca nos abandonarán... Es fantasía, pero es necesario. Y es maravilloso a la vez. Vivir con la verdad sería insoportable. Si ahora mismo usted y yo sintiéramos plenamente por un segundo alguna de las situaciones de agonía que se padecen en el mundo en este momento, moriríamos. No podríamos soportar vivir con la plena asunción de las cosas. Tenemos que mentirnos. Todos somos novelistas. Todo somos artistas. Como dijo Wallace Stevens, el gran poeta norteamericano, vivimos en una suprema ficción. Hemingway dijo: ¿Cómo podemos vivir pensando que vamos a morir?, se lo comenté a un amigo y me replicó: “Pero ¿cómo podríamos vivir sin saberlo?”. Ambas cosas son ciertas”
(John Banville. “Todo lo que veo es un fracaso, una derrota”. Entrevista en El Mundo. 14/03/2020)
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