Está
la vida, sin ella nada es posible, y luego la conciencia de ser un
hombre libre. A ella se llega por la conquista de la soledad. Ahora
mismo, al otro lado de la ventana veo un pajarillo que salta de una a
otra chimenea en el edificio de enfrente. Nadie le acompaña. El sol
es un empeño por encima de la niebla. No acaba de fundirla. Hay
quien asegura que la conciencia es una propiedad de la naturaleza. Si
es así, ese pajarillo de algún modo percibe su distancia a lo demás
que le rodea. La distancia que lo libera. Qué cosa minúscula el
pajarillo, qué maravilla de la naturaleza. Veo cómo su pico se abre
y se cierra, entre el sol, que casi me ciega, y yo, a contraluz. Siento
la comunión entre su vida solitaria y la mía. No oigo si canta
porque estoy a esta hora de la mañana abierto al silencio, mi
segunda conquista. Solo así, solo y en silencio, puedo oír en mí
el latido de la vida que hay en mí, un hecho singular, una isla
donde la vida fructifica.
Ahora
el sol, han
pasado unos minutos,
es un disco perfecto hacia el sureste, recortado como una hostia por
la niebla. Me pide que lo mire, que adore su estática belleza, pero
sé que no debo. Sé que sin él yo no soy nada pero necesito
preservarme. Haz la prueba. Hoy ya no, es tarde para ti, mañana. Pon
el despertador, desayuna, dedica quince minutos a brazos y pies, rota
el cuello y las caderas. Busca por la ventana detalles de lo
viviente, oye lo que es independiente de ti, hermánate, alarga todo
lo que puedas esa conquista. Descríbelo, con lápiz y papel, en un
bloc de notas, en un chat de voz. Prolonga un poco más el silencio
antes de volverte a enganchar a las noticias. Y al día siguiente,
prolóngalo
todavía
un
poco más.
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