¿Nos
ha enfermado el exceso? Tengo la costumbre, como muchos, de
levantarme con la radio. Siempre escuchó una emisora, la que mejor
se ajusta a mis percepciones. Otros
dirán, a tus sesgos.
A veces, por curiosidad, cambio durante unos minutos a una u
otra, pero vuelvo
a la primera. Pero sé que no hay que demorarse en
la escucha.
No más de media hora. Las ideas, los prejuicios, las cláusulas son
pegadizas. Haces tuyo lo que oyes, es fácil que acumules demasiado
azúcar y, a la larga, enfermes. Además, la cacofonía de voces te
inutiliza, desaparece el silencio que necesitas para ser tú.
He
apagado mi media hora de radio. No se puede considerar lluvia el
manto húmedo que hoy envuelve la ciudad, sino una espesa capa de
tristeza. Una picaza revolotea, trinos en el aire. Necesito ese
decorado de sonidos, esa dinámica sin apenas movimiento para
sentirme solo y particular y poder eliminar las adherencias de la
cacofonía. Eso,
creo, es lo que nos está matando, el exceso, la superabundancia, el
vértigo. Y no porque la naturaleza o la madre Tierra lo haya
programado sino porque la vida sigue las leyes de la evolución.
Somos muchos, estamos interconectados, fácil la transmisión, la
buena y la mala. La mala más fácilmente, el bien es una depuración,
una destilación, una decantación. Hemos de trabajar mucho para
hallar vacunas, para inmunizarnos. Saldremos más fortalecidos, pero
a cambio de mucho dolor.
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