Hay
un espíritu francés alegre y dicharachero, como lo hay en todos los
lugares donde hay hombres y mujeres. Durante un tiempo esa Francia
optimista y vital conquistó el mundo. Las canciones, algunas
películas, las actrices, algunas novelas, París. Hollywood lo vio y
lo explotó, los jóvenes de entonces escuchaban y veían extasiados
lo
que llegaba de Francia
y quiénes podían viajaban al centro del optimismo. Yo lo asocio a
los 50. Pero hubo otras épocas parecidas. La
Belle epoque,
los
Felices
20.
Son épocas
que duran una década o poco más. Los 50 eran los jóvenes
reponiéndose de la guerra. Pero así como hay hombres alegres, los
hay tristes, el mundo y la historia están llenos de aguafiestas.
Gente a la que le molesta la alegría de los demás, que encuentran
complacencia en el malhumor y el resentimiento. Detrás
de una época alegre llega una triste y resentida.
Alternancia que la historia no acaba de entender y la neurología trata de explicar.
Bonjour
tristese,
a pesar del título, está dentro de la época optimista. Lo escribe
y lo protagoniza una chica de 17 años. Dos años después de salir
de un colegio de monjas, donde ha sido educada, vive el verano de la
despreocupación junto a su padre en un pueblo de la costa azul. Sol
y playa, fiestas y alcohol y resacas. El padre es un playboy como se
decía entonces, colecciona chicas fáciles que le duran un suspiro (así se
veían las cosas entonces, chicas fáciles). Ella, mientras, ve chicos galantes, sopesa. El
primer amor. Vivir al día como si cada día fuese un nuevo día. ¿Puede
convertirse esa actitud en un programa vital? Ambos, padre e hija,
creen que sí. La escritora, Françoise Sagan, lo aplicó a su propia
vida, o eso me parece (Hay una película con ese título, Sagan, no es muy buena, pero da una idea). Entonces, entra en escena un tercer personaje,
Anne, amiga de la madre fallecida. Anne es el orden y la sensatez.
Prever el futuro. Cécile
debe estudiar para aprobar el examen suspendido. El padre debe pensar
que ya no es un jovenzuelo, que las chicas a las que corteja acabarán
cansándose
de él. Allí está ella. Así que se hacen promesa de matrimonio.
¿Qué vía prevalecerá? Orden frente a optimismo; la Francia morne frente a la vital.
La
novela es ágil, fresca, no ha perdido un gramo de vitalidad, como
los romances y las músicas del primer renacimiento. Los lee o las
oye uno y encuentra la misma frescura como si las acabaran de hacer.
La vida está ahí siempre para quien la quiera tomar. Claro que hay
impedimentos, pero mientras se pueda.
¿Y
la película? La novela se publicó en 1954. Otto Preminger la llevo
al cine en 1958. Es decir, a pesar del existencialismo, que por otra
parte era una filosofía vitalista como demostraron en un práctica
vital Camus, Sartre o Beauvoir, el espíritu ligero de vivir
permanecía, antes de que algunos de esos filósofos se torcieran
hacia el maoísmo, dando paso, poco
después,
a esa forma de ocultamiento que es la filosofía posmoderna. Juliette
Greco sale en un escenario cantando el tema de la película. Y en
ella encarnan a los personajes una vital Jean Seberg, un David Niven,
para mí actor incomprensible, y una Deborah Kerr aún no madura. Al
contrario que la novela, la peli ha envejecido mal. No sabe explicar
al personaje principal, la perversa ingenua Cécile.
No sabe tejer los hilos psicológicos que conducen al drama.
Préstame tu voz.
Préstame tu voz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario