lunes, 16 de marzo de 2020

Bonjour tristese



Hay un espíritu francés alegre y dicharachero, como lo hay en todos los lugares donde hay hombres y mujeres. Durante un tiempo esa Francia optimista y vital conquistó el mundo. Las canciones, algunas películas, las actrices, algunas novelas, París. Hollywood lo vio y lo explotó, los jóvenes de entonces escuchaban y veían extasiados lo que llegaba de Francia y quiénes podían viajaban al centro del optimismo. Yo lo asocio a los 50. Pero hubo otras épocas parecidas. La Belle epoque, los Felices 20. Son épocas que duran una década o poco más. Los 50 eran los jóvenes reponiéndose de la guerra. Pero así como hay hombres alegres, los hay tristes, el mundo y la historia están llenos de aguafiestas. Gente a la que le molesta la alegría de los demás, que encuentran complacencia en el malhumor y el resentimiento. Detrás de una época alegre llega una triste y resentida. Alternancia que la historia no acaba de entender y la neurología trata de explicar.

Bonjour tristese, a pesar del título, está dentro de la época optimista. Lo escribe y lo protagoniza una chica de 17 años. Dos años después de salir de un colegio de monjas, donde ha sido educada, vive el verano de la despreocupación junto a su padre en un pueblo de la costa azul. Sol y playa, fiestas y alcohol y resacas. El padre es un playboy como se decía entonces, colecciona chicas fáciles que le duran un suspiro (así se veían las cosas entonces, chicas fáciles). Ella, mientras, ve chicos galantes, sopesa. El primer amor. Vivir al día como si cada día fuese un nuevo día. ¿Puede convertirse esa actitud en un programa vital? Ambos, padre e hija, creen que sí. La escritora, Françoise Sagan, lo aplicó a su propia vida, o eso me parece (Hay una película con ese título, Sagan, no es muy buena, pero da una idea). Entonces, entra en escena un tercer personaje, Anne, amiga de la madre fallecida. Anne es el orden y la sensatez. Prever el futuro. Cécile debe estudiar para aprobar el examen suspendido. El padre debe pensar que ya no es un jovenzuelo, que las chicas a las que corteja acabarán cansándose de él. Allí está ella. Así que se hacen promesa de matrimonio. ¿Qué vía prevalecerá? Orden frente a optimismo; la Francia morne frente a la vital.

La novela es ágil, fresca, no ha perdido un gramo de vitalidad, como los romances y las músicas del primer renacimiento. Los lee o las oye uno y encuentra la misma frescura como si las acabaran de hacer. La vida está ahí siempre para quien la quiera tomar. Claro que hay impedimentos, pero mientras se pueda.


¿Y la película? La novela se publicó en 1954. Otto Preminger la llevo al cine en 1958. Es decir, a pesar del existencialismo, que por otra parte era una filosofía vitalista como demostraron en un práctica vital Camus, Sartre o Beauvoir, el espíritu ligero de vivir permanecía, antes de que algunos de esos filósofos se torcieran hacia el maoísmo, dando paso, poco después, a esa forma de ocultamiento que es la filosofía posmoderna. Juliette Greco sale en un escenario cantando el tema de la película. Y en ella encarnan a los personajes una vital Jean Seberg, un David Niven, para mí actor incomprensible, y una Deborah Kerr aún no madura. Al contrario que la novela, la peli ha envejecido mal. No sabe explicar al personaje principal, la perversa ingenua Cécile. No sabe tejer los hilos psicológicos que conducen al drama. 

Préstame tu voz.


No hay comentarios: