A
qué esperaba la gente. Se había creado una enorme expectativa,
siete horas esperando. No tengo los datos de audiencia, pero los
chats y los twitts bullían, con muchas bromas y cachondeo, también
muchos videos edificantes sobre la bondad del corazón generoso de la
humanidad. La gente esperaba. A qué esperaba. Cuando salió el
hombre en la pantalla, en los ordenadores, tablets y móviles, todo
enmudeció. Los grupos de chats se quedaron en silencio. Qué
esperaba la gente, ¿una explicación razonada de lo que ocurre?,
¿una justificación de la inacción, de la tardanza en las medidas?,
¿una exposición de lo esperable, de lo que se va a hacer para
contener, paliar, prever?, ¿una delimitación del futuro que nos
aguarda, un plazo para
el
fin de la pesadilla? Lo que la gente esperaba, no toda la gente, los
huérfanos, aquellos que durante horas o días se han sentidos
abandonados a su suerte, desorientados, solos, la parte de la
población que siempre ha estado entregada, lo que esperaba esa gente
era volver a engancharse a la cadena de emoción. Seguir sintiendo
formar parte del grupo de la bondad y el bien. Esa es la cadena del
poder. Y sánchez cumplió, Seco y algo vacilante en la exposición,
pero entregado en el rosario de gracias, gracias
a este, gracias a aquel, una
enumeración de todos esos profesionales de todo tipo a los que hay
que agradecer lo que están haciendo por los demás. No hacía falta
más. La gente volvió a sentirse reconfortada, llena a rebosar de la
emoción. Poco
después
salieron a los balcones y terrazas para mostrar el
corazón henchido.
En
eso consiste el poder, en una cadena de emociones. Eso es sánchez,
una modulación de la voz. Si se ha hecho con su partido y con una
parte de los votantes no es por otra cosa. Con un texto delante, o
con el teleprónter encendido, le vale para entonar, ganguear
las palabras una a una, no importa que sean insignificantes o no
añadan nada. Hay todo un aprendizaje y una disposición detrás,
películas con mujeres y
niños,
un pañuelo y unas lágrimas en la pantalla, siglos de retórica
detrás, unos gestos, una pose, un cuidado de las maquilladoras, del
sastre, del entrenador de dicción, del psicólogo que sabe subrayar
una
sílaba en la palabra, una
palabra en la frase, una
frase en el párrafo. El publico
conectó, se dio por satisfecho, metió debajo de la alfombra las
dudas, la desorientación, el
desaliento, el
temor. Estamos a salvo.
Cuál
es su virtud, qué tiene que no tengan los demás, qué le ha hecho
prosperar, prevalecer, surfear entre tantas dificultades en su
partido y en el corazón de la gente. La convicción. Nadie como él
la trasmite. Hasta el más duro de sus opositores, puesto ante él en
plan contemplativo, no le
cabe
otra cuando delante
sólo tiene
el atril y
la pantalla,
sin posibilidad de réplica, ha de reconocer que transmite, que la
emoción le
embarga
escuchándolo. Ahora sí, ante
los comentarios de la prensa extranjera, ante las acusaciones de
inacción, ante los crudos datos de la realidad sin filtrar, ya puede
desaparecer el desaliento, la perplejidad, el desamparo, de nuevo
unidos, reconfortados, rebosantes de bondad.
Y
para los insensibles de corazón. Qué
instructivo seguir las noticias en la cadena que no ha hecho ninguna
crítica a la gestión del gobierno, que hoy convierte la crisis en
un asunto personal, individual: ese ciclista, ese corredor, esa mujer
que van solitarios sin perro, culpables, merecedores de multa y
desaprobación social y, por contra, qué buen ciudadano el que se
queda en casa (no digo que no). No hay ninguna responsabilidad en
quienes permitieron concentraciones de cientos de miles, quienes no
impidieron el viernes la estampida de madrileños, quienes no adelantaron al menos una semana las medidas que hoy vemos en la tele.
La culpa la tienes tú y solo tú y si no estuviste en la mani del
domingo doble culpable. No seguiste las normas ese día, no las
sigues ahora: irresponsable, incívico.
Democracia emotiva, democracia televisiva, democracia infantil,
democracia basura. Solo hace falta ver los vídeos que se envían por
Whatsapp de
incidentes en la calle, de solitarios infractores. Ha calado el
mensaje en la población.
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