domingo, 1 de marzo de 2020

Celdas



Delante de mí tengo una colmena humana, un panóptico de 54 celdas que puedo contemplar con total impunidad. Seis por seis metros cuadrados cada una, las mismas medidas que ésta desde la que observo. Después del mediodía, en los breves momentos en que el sol da de pleno, algunas bajan los estores, aunque en general prefieren la luz plena, pero no se adivina un interés por lo que suceda en el exterior, apenas alguien que mire afuera, vueltos hacia adentro, de espaldas al ventanal y al mundo Hoy es domingo, las piezas están más concurridas, algunas atestadas, otras con una simple pareja y en otras muchas, donde no hay movimiento, en la penumbra se adivina un paciente solitario. A simple vista, en el ruido de la habitación se ven más mujeres y en las piezas solitarias, hombres. Si tiene razón Lisa Taddeo y el sexo y la muerte son los dos únicos temas que nos importan, el primero está desterrado de este ambiente higienizado, este es el lugar donde la muerte nos convoca para retrasar el plazo o para acelerarlo.

En estos tiempos en que se exalta el miedo, y algunos encuentran una complacencia en la amenaza y en el anuncio del apocalipsis (climático, económico, pandémico), estar en una jaula al cuidado de especialistas que medican, alimentan y velan, puede ser el sueño del hombre que se ve de golpe desvalido, incapaz de comprender el mundo y su amenaza. Y hasta podría pensar que ofrece las mejores condiciones para aceptar con serenidad la buena muerte.

Miro las celdas en una pausa de mi lectura: Opus nigrum. Me cansa, no consigo interesarme en la historia de Zenon y Henri Maximilien, de Hilzonde y de los anabaptistas de Münster, una historia que tenía ahí en la memoria, una de las novelas que hay que leer. No me dice nada, no me da una información que necesite para hacerme más sabio o mejor persona. Me interesaría, en cambio, saber de las personas que tengo en frente, su peripecia vital, sus cuitas, sus amores y desengaños, sus esperanzas y dolores, como los de las personas que comparten esta misma habitación. La pareja de ancianos, 88 y 89 años, que han llegado hasta aquí con la justa combinación de cariño y reproche que han aceptado para vivir juntos, de dominio de ella y sumisión no del todo aceptada por él; del hijo viejuno que ahora les acompaña, que no ha perdido del todo la juventud pero cuyo rostro ya es viejo, con una devoción no disimulada hacia sus padres, mezcla de obediencia debida, respeto y amor filial, y la nieta, hija del viejuno, que viene de correr y ganar una prueba de atletismo, franca, espontánea, con una vitalidad que se sobrepone a todo, que aun no conoce la dependencia. Las personas que vislumbro a lo lejos, sin distinguir los rasgos propios, las heridas acumuladas o los goces, y estas de al lado son lo único que tiene interés. Yourcenar está muerta, como lo están casi todos los escritores de los que se ocupan los suplementos culturales. Están muertos porque la biología es inmisericorde y porque los valores eternos del arte no duran más que un parpadeo. 

Salma.



No hay comentarios: