En
el escenario de boca de lobo, con arcos abocinados y grandes
telones negros de fondo, había música, nadie lo podría dudar,
quizá un eco de la música, una reminiscencia pero música. El
acompañamiento, los bajos estaban ahí, esperando que se produjese
el
momento único, una especie de revelación, o quizá era el público
quien lo esperaba, y
a
veces
llegaba de la trompeta, amortiguado, quizá, con falta de ímpetu,
quizá, pero a veces llegaba, la trompeta guardaba viejas
sonoridades, la memoria de otras veces, también
el fliscorno, lo
que no había en el escenario eran
músicos, acompañantes, bajistas, sí, pero el esperado solo estaba
como sombra, como fantasma, había llegado al escenario a paso quedo,
arrastrando los pies, con dos trompetas, trompeta
y fliscorno,
en las manos, como
si se fuese a derramar en cualquier momento antes de llegar al atril
preparado, la
melena blanca flotando, pero no se puede decir que estuviese allí,
que
fuese él, quizá
una figura flotante, un holograma. Y sin embargo la música, ha ido
creciendo, calentando los oídos, provocando emociones, breves,
leves, pero emociones, el
sereno clasicismo del jazz, música sin músico.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario