viernes, 28 de febrero de 2020

Harrell



En el escenario de boca de lobo, con arcos abocinados y grandes telones negros de fondo, había música, nadie lo podría dudar, quizá un eco de la música, una reminiscencia pero música. El acompañamiento, los bajos estaban ahí, esperando que se produjese el momento único, una especie de revelación, o quizá era el público quien lo esperaba, y a veces llegaba de la trompeta, amortiguado, quizá, con falta de ímpetu, quizá, pero a veces llegaba, la trompeta guardaba viejas sonoridades, la memoria de otras veces, también el fliscorno, lo que no había en el escenario eran músicos, acompañantes, bajistas, sí, pero el esperado solo estaba como sombra, como fantasma, había llegado al escenario a paso quedo, arrastrando los pies, con dos trompetas, trompeta y fliscorno, en las manos, como si se fuese a derramar en cualquier momento antes de llegar al atril preparado, la melena blanca flotando, pero no se puede decir que estuviese allí, que fuese él, quizá una figura flotante, un holograma. Y sin embargo la música, ha ido creciendo, calentando los oídos, provocando emociones, breves, leves, pero emociones, el sereno clasicismo del jazz, música sin músico.


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