miércoles, 4 de diciembre de 2019

Muros



no es sólo la atmósfera la que se está cargando, más gris, más sucia, como si las actitudes transformasen el envoltorio físico, braceando en la semioscuridad entre tiburones heridos, es sobre todo la relación entre los cuerpos lo que cambia, la incomodidad de dar la mano, de reunirse siquiera, de llamar a quienes antes llamábamos, de poder hablar informalmente de cualquier cosa con quién antes lo hacíamos, el profundo desinterés, e incomprensión, hacia lo que el otro tenga que decirme, viendo en él antes que nada intransigencia, irracionalidad, quizá porque en su espejo veo mi propia incapacidad, atribuyéndole mi propia ceguera, quizá es que todos estemos perdiendo visión, una ceguera voluntaria, parapetados en trincheras, posiciones conquistadas o, mejor, reductos defensivos, reductos mentales, porque los muros que se han ido levantando en estos tiempos son mentales,

el acceso a la información desde tantas fuentes está fragmentando la mente colectiva, desaparece el orden de las noticias, su relevancia, la descripción escueta de los hechos se sustituye por la tendencia a la narración y al sesgo, quien dispone de un micrófono, de una pantalla, de un estrado quiere imponer su relato, se escucha o ve lo que esperamos escuchar o ver, de tal modo que se adecúe a nuestras expectativas, nos afiliamos a capillitas cada una con su catecismo, cada una subdividida en facciones cada vez más individualizadas,

como si se abriera un abismo a mis pies, en todas las direcciones, con apenas un pedazo de suelo en el que sustentarse o desde el que poder saltar a otro cercano, no me reconozco, ni reconozco a mis amigos o ex amigos, con esa virulencia en las opiniones, la imposibilidad de encontrar un punto en común, el exabrupto sustituyendo al diálogo, el breve mensaje en la red a la conversación pausada junto a un café,

y lo peor de todo, como si hubiera alguaciles de una renacida inquisición por todas partes,


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