"Cualquier opinión empieza a parecerme vana y vergonzosa si no se ve de inmediato matizada, puntualizada, precisada e incluso destruida por el marco experimental de quien la emite". (El colgajo, Philippe Lançon)
Uno
de los grandes qués de nuestra época es el activismo. ¿Una
enfermedad del espíritu, una sobrexcitación
política, un efecto de la producción hormonal adolescente, el
atracón de actualidad que los media necesitan? ¿Qué sería del
feminismo, del cambio climático, del animalismo, del nacionalismo
sin activistas? Los activistas convierten un problema en causa. Una
disfunción,
un desequilibrio social o ecológico
que estaba ahí, que
quizá no se veía como tal, se
hace
actual por diferentes motivos: la reflexión filosófica, la
exposición artística, la experiencia personal exhibida o la
investigación científica. La sociedad en algún momento lo
convierte en problema político en busca de solución. Como la
política es también voluntad de poder utiliza esos problemas como
palanca para mover al ciudadano. En algún momento se da el paso de
la reflexión, del debate y la deliberación a la movilización
emocional. Ahí entra el activismo. Se necesitan voluntarios para
extender la preocupación, la idea de urgencia. Entonces es fácil
dar el siguiente paso, asociarlo
a
la culpa, el gran motor de la civilización occidental, si existe el
problema es que hay culpables, culpables que deben admitir su culpa y
aceptar la pena. Los voluntarios se convierten en soldados de la
causa. Comienza la guerra. Se delimitan los territorios, las
fronteras (mentales, aunque en algún caso también físicas y
territoriales), se disponen los ejércitos (mediáticos,
manifestantes),
se señala al enemigo. Lo que había sido un problema que afectaba a
la humanidad en su conjunto se ha convertido en una causa que separa,
pues
los activistas se apropian del problema, la causa es suya, levanta pasiones, enciende desprecios y odios.
Tan pronto
como los activistas se apropian de
la causa,
se levanta un muro defensivo de
incomprensión por parte de otro tipo de activistas que aquellos
llaman negacionistas, otros soldados que pretenden mantener el estado de cosas anterior negando que
haya un problema,
por ejemplo que haya
cambio climático o que los animales deban ser protegidos o que la
mujeres estén siendo maltratadas o estén en situación de
inferioridad.
En un extremo el clima es una causa política, en el otro no hay
problema con el clima. Debería
haber un
punto de encuentro que los extremistas no querrán recorrer, el que
contempla el clima como un problema (investigación científica) que
afecta a todos y que busca una solución mancomunada (resoluciones políticas).
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