viernes, 13 de diciembre de 2019

La justicia y su sombra



No podemos discutir sobre los tecnicismos de la sentencia porque no somos profesionales de la cosa. Pero podemos/debemos deliberar con nuestros medios: la sensibilidad educada en las novelas, las películas y el arte, la mirada fría a que nos han acostumbrado nuestros trabajos liberales o científicos y nuestra propia experiencia, hecha de vivencias subjetivas e intersubjetivas. Pienso en el Henry Fonda de Doce hombres sin piedad: la duda razonable y la humanidad.

Es como si en los asuntos de delitos sexuales se hubiese impuesto la venganza implacable. A esos tres hombres de la Arandina no solo se les ha impuesto un castigo (merecido), se les ha impuesto la muerte civil, sin posibilidad de redención (38 años), la muerte en vida. ¿Era mentira cuando decíamos que la justicia no solo repara sino que también reintegra al delincuente? Los asesinos de ETA no están s
olos, tienen una ancha y prolongada compañía, detrás de estos tres no hay nadie, hasta los de la manada tenían gente detrás. ¿Son peores que un asesino, que un violador reincidente? ¿No hay una desproporción entre su acto violento pero no mortal, circunscrito a un lugar y una hora, y la condena de toda una vida?

¿Hubiesen juzgado los jueces del mismo modo dentro de una campana de cristal? ¿Nuestro juicio no está igualmente determinado, violentado, por la atmósfera? ¿No tenemos miedo a expresar libremente una opinión disidente en temas como éste ante una opinión pública tiránica y hasta totalitaria? ¡38 años! Ni siquiera los periodistas (y políticos) que uno sigue se atreven a discrepar por miedo ante un tema que juzgo crucial, ¿quién disiente? La imagen que me viene es la de la inmolación ante el tótem de nuestro tiempo. Un hecho, no hay hoy ninguna manifestación convocada ante el tribunal.

Es en estos asuntos donde se reconoce al Henry Fonda del momento,
¿dónde está?. Si realmente estamos en guerra, en la guerra más larga de la historia, como defiende un libro recientemente publicado y presentado en esta ciudad, entonces la estrategia que se impone, incluso en la conversación privada, no es argumentativa sino otra: cautela, reserva, guiños, silencio, porque el que habla con claridad pierde. Yo debería callarme porque alguna podría considerar ofensivo lo que digo. Sólo discutiendo se puede llegar a la verdad. Nuestro tiempo no ofrece a los oyentes las ideas que más detestan, solo halaga los oídos.


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