domingo, 8 de diciembre de 2019

El irlandés



Todo buen escritor, cineasta, artista, sabe que tiene algo que contar, una verdad relativa al hombre. Es el impulso que le lleva a escribir o a hacer una película. Me doy cuenta, mientras leo una entrevista con Cristina Morales. Estuve a punto varias veces de dejar de leer su novelón (por el número de páginas), Lectura fácil, pero no lo hice, porque supe que allí había una verdad, y seguramente la verdad que yo entreví no era la misma que ella creía exponer. No siempre el autor y el lector habitamos el mismo mundo, nuestros mundos son secantes, coinciden en algunas cosas y en otras no, pero si afinamos, si volvemos, si seguimos sus palabras diseminadas al final hay muchas más coincidencias de las que pensábamos. Hay muchos autores malditos que han dicho cosas esenciales sobre el hombre: Céline, por ejemplo, o Peter Handke, ahora mismo. Recuerdo dos novelas vilipendiadas y sin embargo esenciales para entendernos, Lolita y Sumisión. ¿Importa que no se las entienda o que se entienda lo contrario de lo que el escritor creía que estaba diciendo? El problema radica en la ignorancia del lector, en su insensibilidad, pero el mundo avanza a pesar de él. Hay quien las entiende, el mundo avanza gracias al escritor y a quien lo entiende. Hay muchos escritores en primera línea de combate que nunca nos dirán nada. Con ellos pasa lo mismo que con los lectores ignorantes, son la mayoría unos y otros, con ellos no parará el mundo, quizá retroceda unos pasitos pero no se detendrá.

Todo esto a cuenta de El irlandés. También Martin Scorsese tiene o tenía algo importante que decir acerca de la condición humana. Sus grandes películas sobre la mafia, Casino, Uno de los nuestros, hablaban de ello. Su muy promovida última película es un tren de nostalgia, un montón de vagones que nos traen el recuerdo de aquellas películas. Está la mafia, el costoso decorado, con aquellos largos y suntuosos coches de lujo, los cadáveres en la alfombra, la sangre en las paredes (un feliz hallazgo de la película, la presentación del protagonista como pintor de paredes), esos diálogos de besugo tan divertidos y están, sobre todas las cosas, los actores. Scorsese tiene muchos méritos pero quizá el mayor es haber dado con los actores que necesitaba, se podría incluso decir que él creó a Robert de Nico, a Al Pacino, a Joe Pesci. No ha tenido tanta suerte con las mujeres, siempre secundarias en el mundo de la mafia. Pero se le han quedado viejos. Aquí aparecen como caricaturas de lo que fueron. Sucede algo parecido con el Antonio Banderas de Almodóvar. Si es una película nostálgica, Scorsese quería que Robert de Niro hiciese de Robert de Niro y Al Pacino de Al Pacino. Y así es, el primero repite los pocos gestos de su catálogo y el segundo el braceo espasmódico por el que lo reconocemos. ¿Y Joe Pesci?, pues lo mismo. Si aguantamos el larguísimo metraje (yo, en dos sesiones) es por lo mismo que decidimos dedicar una fría tarde de otoño a las canciones de los Beatles o de los Rolling. Pura nostalgia.

Por supuesto, hay una historia y un personaje central y un destino. La historia va de un trío, la fidelidad perruna propia de la mafia, va de una amistad entre hombres y va de un hombre, atrapado entre las dos, que se ve obligado a hacer cosas que no debería hacer. Scorsese sabe qué es eso de hacer una obra, domina el oficio de hacer películas aunque quizá haya perdido el sentido del tiempo y la mecánica del ritmo. La película no es aburrida, se aguanta bien, aunque den un poco de pena sus actores, tan bien maquillados para cada escena, tan encorsetados, como Banderas, por sus personajes. Qué es lo que falta, entonces. El propio Scorssese sabe que le falta algo, que no sabía qué tenía que decir más allá de la historia o que no ha sabido decirlo a lo largo de la película, aunque hay insertos que no sabemos en qué momento del montaje los introdujo que inducen a pensar que sí que tenía una idea sobre lo que quería decir, o acaso se le ocurrió después. Entonces, al final, cuando la película ha concluido, cuando el actor principal ha cumplido con el destino de su personaje, cuando esperamos los títulos de crédito, aparece una escena que ya no esperábamos. Robert de Niro habla con una de sus hijas. Intenta entender por qué su hermana mayor, Anna Paquin (breve pero espléndida), se distanció de él hasta el punto de abandonarlo. La hermana se lo explica y él, Robert de Niro, el padre, da su versión, también se explica. La idea está ahí, esa verdad sobre la condición humana, otra cosa es que Scorsese haya sabido contarla.

Resumida la trama principal y su asunto, podemos contemplar la película desde otras perspectivas, tan valiosas, tan entretenidas, por ejemplo, como la de la damisela (encerrada en el cuerpo de un tipo duro, muy duro, o no tanto) enamorada, totalmente verosímil.

Es una película que se atiene a los patrones clásicos, pero por qué no es una película perfecta, por qué no es memorable. Quizá tenga que ver con lo que el propio Martin Scorsese señalaba en una entrevista, el sistema actual de producción de películas, películas producidas para ser vorazmente consumidas y rápidamente olvidadas. Ejemplos recientes: Deadwood: La película o El Camino: Una película de Breaking Bad, en realidad telefilms bien producidos pero con nula creatividad, aunque El irlandés sea más que eso.



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