Se
dice, decimos con un punto de soberbia y presunción, que tenemos los
peores políticos. No lo discutiré a la vista de los resultados y de
los monstruos que su inacción ha regurgitado, pero prefiero poner el
acento en los españoles, los votantes, son ellos, quiénes uno a
uno, votando o absteniéndose, hacen la suma, dibujan el arco, son
ellos quienes han puesto a los políticos donde están.
Y si decimos que tenemos los peores políticos también deberíamos
decir que tenemos los peores ciudadanos. ¿Acaso somos ciegos o sordos?
¿Por
qué culpar
a otros del resultado de nuestros actos? ¿Hemos de acogernos cada vez a una minoría de edad de
la que en
el resto de la vida nos mostraríamos ofendidos si nos la achacasen?
Esta
es
la preocupación del
día,
¿cómo
hemos llegado hasta aquí, a esta falta de nervio moral? ¿Falta
de sustancia en el sistema educativo, en
los
contenidos culturales, en
la
conversación pública y privada donde los hombres sabios ni
ofrecen
temas ni
ordenan
el discurso? ¿De
qué hablan nuestras
películas y series, los
libros que leemos, cómo nos entretenemos?
¿Habrá quien al elaborar un nuevo programa tenga en perspectiva el
bien común, los formidables retos, y que sepa que su paso por la
política es temporal y que nadie se acordará de él en unos años
si no ha sido capaz de ofrecer algo útil y atractivo?
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