miércoles, 11 de septiembre de 2019

Przevalsky


A comienzos del XIX había un enorme agujero por explorar en el centro de Asia y oeste de China, protegido por inaccesibles desiertos. Un hombre emprendió la tarea. En cuatro expediciones distintas, durante diez años, entre 1867 y 1887, Nikolai Mihailovich Przevalsky, junto a quince hombres, camellos y aparataje de geógrafo, reconoció la zona en beneficio del zar Alejandro II. En ninguna de las expediciones perdió a ninguno de sus hombres, aunque poco le faltó, pero cuando preparaba la quinta cogió el tifus en el río Chu. Murió en Karakol sin alcanzar su mayor deseo, llegar a Lhasa. Entre sus hallazgos botánicos y zoológicos destaca el caballo salvaje que lleva su nombre.

En el período soviético comenzó un juego de semejanzas entre Stalin y Przevalsky, hasta el punto de atribuir a este la paternidad de aquel, tras una supuesta aventura con la madre en Tiflis. Es indudable la semejanza fisionómica. No sé exactamente cuando comenzó el juego, que tanto podía servir para quitar como para dar al hombre de acero: o era un hijo ilegítimo o Stalin buscaba emparentarse con uno de los hombres más carismáticos de la historia de la Santa Rusia, eslavo además y no georgiano. Parece que Przevalsky nunca pisó Georgia. Es más, el famoso explorador se hacía acompañar de jóvenes varones a los que convertía en amantes.

Ahora, en una punta del lago Issyk-kul, a las afueras de Karakol, yace Prevalsky en una tumba de granito cercada por una valla de forja, adonde fue trasladado para cumplir su voluntad tras su temprana muerte, 49 años. Junto a ella, dando la espalda al lago, sobre un leve promontorio, una estatua de granito lo recuerda como hombre recio, hercúleo, guerrero, aunque solo se valiera de los instrumentos del geógrafo para reconocer una de las pocas incógnitas que le quedaba a la exploración. A sus espaldas, el lago de aguas quietas que se alarga hacia poniente. No es extraño que escogiera este lugar, de amaneceres deslumbrantes y atardeceres dorados, cuando el sol impacta o resbala sobre las cumbres, protegido a norte y sur, este y oeste por extensas cordilleras de cumbres blancas que no bajan de los 3000 m., para entretener la espera. Un lugar en el que la vista no puede ir más allá del murallón montañoso, como si más allá no hubiese mundo. Dos ríos desaguan en el Issyk-kul, ninguno sale de él, sin embargo en las últimas décadas ha ido perdiendo volumen.

Cuando Yuri Gagarin miraba desde el espacio dijo que el lago Issyk-kul era como el ojo de la Tierra. El lado norte del lago es la playa costera de Kirguizistán, con hoteles y restaurantes incipientes. Ya recogen, la temporada se ha acabado. A 1750 m. comienza el frío, la nieve. Pero ya están preparando las pistas para una Suiza más barata.

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