domingo, 15 de septiembre de 2019

Vida independiente


Rodamos por una carretera china, una carretera china en Kirguizistán para facilitar el comercio con China. Cuando el país se independizó en el 91, los pastores de la ganadería colectivizada mataron vacas y ovejas y vendieron la carne a China. En la memoria, el mal recuerdo de la colectivización forzosa de los años 30. ¿Quién se quedaría ahora con los rebaños? La tierra, las empresas, los comercios no los podían vender, los más listos, los que tenían los contactos adecuados se quedaron con ellos, a precio de saldo, por un dolar. Durante diez años proliferaron las mafias, la corrupción salvaje. Los clanes tradicionales hicieron valer su peso. Aún hoy. Parece que los países vecinos hicieron lo mismo. Ahora se recuperan lentamente. La producción agrícola y ganadera se la venden en parte a Rusia (CEI) y en parte a China, que también les compra el carbón.  La mina más valiosa la explota una empresa canadiense, oro. Por el valle de Djety Ogus suben a toda leche cisternas americanas llenas de material químico para la extracción. En cambio los camiones que bajan el carbón son los Kamaz rusos. 

De vez en cuando se ven pueblos polvorientos con corrales de adobe casi vacíos si no fuera por alguna mujer con el típico abrigo de lana y la cabeza cubierta. Nada destaca en los pueblos sino su desnudez, ni siquiera los cementerios que aparecen solitarios sobre una loma dan sensación de permanencia. Si uno se acerca muestran la desolación y el abandono. Las tumbas están cercadas por verjas oxidadas o adobe y ladrillo sin revocar. Algunas tienen nombre y fechas, hablan de muchos muertos jóvenes, otras son un montículo de arena y piedra sin más. Cómo  contraste, cuando los niños vuelven del colegio van trajeados y encorbatados con la mochila a la espalda.

Altiplanos, estrechos valles, pasos de montaña se suceden. Hacia el sureste los macizos de las montañas celestiales. En cuanto aparece un río aparecen unas casas de adobe o de ladrillo, campos de cereal y si hay pastos, caballos y vacas. Los kirguises han dejado las yurtas por construcciones sencillas, amplias y feas. En la pequeña unidad familiar del altiplano o del valle, tras la casa siberiana con aguas a cuatro lados y amplias ventanas se adivina la yurta desaparecida. Solo en el discurso para el turista se vende la idea de la yurta como inmejorable vivienda ecológica. De hecho, me comentan, una empresa alemana encarga yurtas a 2000 euros la unidad para hacer un campamento turístico en Europa.

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