lunes, 9 de septiembre de 2019

Guerras étnicas


Cuando los técnicos soviéticos de los años 30 quisieron delimitar las fronteras étnicas de los cinco países centroasiáticos se guiaron principalmente por criterios lingüísticos, aunque sin atender demasiado a la mayoritaria familia túrquica como elemento unificador. Lo tenían difícil porque unos pueblos tenían tradición agrícola y otros nómada. El resultado es una tortuosa línea fronteriza difícil de seguir y menos de justificar si miramos con atención el mapa de, por ejemplo, el valle de Fergana. En el convivían secularmente uzbekos, kirguises y tayikos, siendo mayoritarios los primeros. Los kirguises se han ido asentando, descendiendo de la montaña y reclamando tierras. Los uzbekos no estaban por la labor de cedérselas. Estos países no habían existido como tales antes de 1990.

Cuando cayó la URSS lo lógico hubiera sido la creación de una federación de los cinco países, pero allí donde hay autoridades locales con cierta autonomía es fácil que prenda el nacionalismo. Así ocurrió para desgracia de sus habitantes. Antiguos jerarcas comunistas amanecieron tras una noche de vodka como capitalistas furibundos. Las repúblicas centroasiaticas devinieron dictaduras. La primera guerra entre uzbekos y kirguises, en territorio kirguís, llegó en el primer año de la independencia, 1991. Hubo un puñado de muertos. La segunda más seria en junio de 2010. Como en la primera, la iniciativa la tomaron jóvenes camorristas que creyeron rumores sobre violaciones por parte de los uzbekos en la residencia de la entonces prestigiosa universidad uzbeko-kirguís. El gobierno kirguís era provisional. Se utilizaron armas de mano y cañones. Los escenarios fueron Osh y Jalalabad.

Le pregunto a Timur. Reconoce que la carga de la matanza corre a cuenta de los kirguises. Si la versión oficial, de la que yo me fiaba, habla de mil muertos, él señala entre tres mil y cuatro mil. Narra escenas horribles: mujeres encerradas en una habitación de la que no podían escapar a la que se prendió fuego; se paraba a los coches y se preguntaba por la nacionalidad, si eran rusos se les pedía que no saliesen de casa, si uzbekos se les disparaba a quemarropa o se les metía en el interior de ruedas de camión, se les rociaba de gasolina, se les prendía fuego y se les echaba a rodar.

La universidad uzbeko-kirguís hoy está cerrada. Muchos uzbekos abandonaron casas y tierras para marchar a Rusia o a Uzbekistán. La herida sigue abierta. Los países son semidictaduras, unas peor que otras. Todas dependen de Moscú. Los intercambios comerciales más importantes tienen lugar con Rusia en vez de con los países vecinos y Rusia les subvenciona infraestructuras, petróleo y gas a cambio de una fidelidad perruna.

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