sábado, 7 de septiembre de 2019

Ala kachuu



Es difícil dar crédito a tal comportamiento. Un hombre ve a una  mujer que le gusta y planea su secuestro. Ella es posible que ni le conozca. No importa. El hombre estudia sus rutinas y luego convoca a sus amigos. Buscan la ocasión propicia, normalmente paseando por la calle, y la meten en un coche. Ala kachuu, atrápala y corre. Ella patalea, intenta escapar, pero los amigos la amarran, si es preciso con cuerdas. La llevan a casa de la familia del hombre donde le espera la abuela con un gran chal blanco que impone a la novia. Que la mujer se oponga y llore, dicen, forma parte de la costumbre. Esa noche el hombre la viola. Las sábanas manchadas de sangre darán fe de la virginidad perdida de la mujer y al día siguiente el imán oficializará el matrimonio.

Más del 90 % de las mujeres raptadas aceptan tener una vida con hijos con el secuestrador. De lo contrario su propia familia la condenaría, como la suya al novio por no haber sido capaz de retenerla. Una tercera parte de los matrimonios que se celebran en el país, y por encima del 50 % en las zonas rurales, se consuman por este procedimiento.

El país es Kirguizistán. A día de hoy es una costumbre ilegalizada, pero solo uno de cada 1500 hombres es castigado (1500 euros y 3 años de libertad restringida). Robar una oveja tiene mayor castigo. Unas 11.800 mujeres son raptadas cada año, 32 al día.

Los hombres justifican dicha práctica de muchas maneras. Unos dicen, cómo se las arreglarán los hombres tímidos si la ley se cumple. Otros, que viene de muy antiguo, de cuando los kiguises eran nómadas. El Manas la epopeya kirguis de 500.000 versos habla de ello. Quien lo ha leído, pocos, es literatura oral que se recita en fiestas, dicen que no es cierto. Hay quien asegura que viene de la época de la colectivización soviética.

Me resulta tan difícil de creer que mientras leo Sovietistan pienso que aunque el libro acaba de ser publicado ahora en España, el original  de Erika Fatland es de 2014 y que por tanto esa bárbara costumbre habrá sido erradicada. Ahora estoy en Biskek y pregunto al guía, Timur. Me confirma que la costumbre existe, que es ilegal y que no retrocede sino que incluso se extiende por la capital.

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