Hizo
bien Mendoza dando vida a la primera parte del enunciado de su charla
y saltándose la segunda, De Blancanieves a Kafka. Una visita guiada al castillo de la literatura, quizá intuyendo que el acto
ya daba la escenografía para comprender lo que el autor checo
representa para la literatura. La sala rebosaba con mucha gente en la
calle por falta de asiento, con traje y corbata, aunque sin sombrero,
lo presentaban los presentadores: multipremiado, honorable, grande de
las letras, alzándolo al castillo de las nieblas. Así tejía el
vice universitario un rosario de expresiones con olor a sándalo:
“Qué sentido tiene que yo presente… mis palabras han de ser
necesariamente breves… me permito tomar prestadas… ejemplo de
frescura, sátira y disparate… modernidad de la literatura
española… en esta sala están sus personajes y peripecias…
Eduardo tuya es la palabra”.
Por
un momento Eduardo Mendoza, cuando comenzaba, parecía no salir del
enredo: “El listón imaginario de mis méritos… la narración, un
recuento de lo sucedido esta mañana… el relato, un propósito, una
construcción con principio y fin...”, hasta que ha metido a los
personajes de los cuentos infantiles en la sala, Caperucita y el
lobo, Cenicienta, La bella durmiente y Blancanieves. Entonces ha
mostrado de lo que es capaz la fantasía. La manzana que dio muerte a
Blancanieves era la manzana con la que Alan Turing se envenenó, la
misma manzana mordisqueada que Steve Jobs convirtió en símbolo de
su empresa. La caperuza roja la usaba Dante cuando recitaba por las
ciudades su Divina Comedia, antes de que la imprenta pusiese en miles
de ojos lo que antes era para unos pocos oídos. Algo más dijo, que
el relato del Génesis en hebreo sirvió a Goethe para dar sentido a
lo que antes había ido aprendiendo deslavazadamente y del Quijote y
Frankenstein que hicieron entrar a la realidad en el relato. Pero
cuando le tocaba decir algo de Kafka su imaginación se ha fundido,
quizá porque no podía superar el ambiente hostil que un acto así
crea para la literatura. Quizá le faltaron reflejos para hacer que
por su boca hablara el protagonista de El laberinto de las
aceitunas. No obstante ha tenido un rasgo de genio cuando ha
puesto en la imaginación de quienes escuchábamos la continuidad del
relato eterno: por qué el lobo no se comió a Caperucita en el
bosque, por qué la esperó en la cama de la abuelita. Cuáles eran
los motivos del lobo, nos preguntó.
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