miércoles, 24 de julio de 2019

Fin, de Knausgård


Nunca pensé que K iba a aburrirme, pero lo hace. Leí con entusiasmo la primera y la tercera parte de su vasta biografía. La recomendé a cuantos se pusieron al alcance de mi entusiasmo, pero ahora que he comenzado la última parte, la sexta, Fin, cuando llevo más de cien páginas leídas de su apretada letra no siento las ganas de volver a ella. Me aburre ese ritornello infatigable hacia la vida familiar, los niños, la casa, los hijos como único tema. Bien es verdad que eso me pilla lejos, ahora tengo nietos y es distinto, pero no hay jugo suficiente para construir un drama y qué es una novela sin drama. O al menos comedia, y tampoco la veo. Supongo que a lo largo de sus 1020 páginas estallará por algún lado pero de momento no aparece como no sea la pequeña pelea con su tío disgustado porque su hermano, es decir el padre de K, y su madre, es decir su abuela, se convirtiesen en carne podrida de su primera novela. No basta para que me enganche, así que me temo que en algún momento dejaré de leerla y diré adiós a K, aun así lo reconoceré como un gran escritor, que lo que ha hecho había que hacerlo, una especie de Pierre Menard de la vida común. K ha sido el Marcel Proust del comienzo del siglo XXI y así habrá que registrarlo en los anales. Me duele perderme sus reflexiones literarias, su autoevaluación, lo que tiene que decir sobre el oficio de escribir.


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