Nunca
pensé que K iba a aburrirme, pero lo hace. Leí con entusiasmo la
primera y la tercera parte de su vasta biografía. La recomendé a
cuantos se pusieron al alcance de mi entusiasmo, pero ahora que he
comenzado la última parte, la sexta, Fin, cuando llevo más de cien
páginas leídas de su apretada letra no siento las ganas de volver a
ella. Me aburre ese ritornello infatigable hacia la vida familiar,
los niños, la casa, los hijos como único tema. Bien es verdad que
eso me pilla lejos, ahora tengo nietos y es distinto, pero no hay
jugo suficiente para construir un drama y qué es una novela sin
drama. O al menos comedia, y tampoco la veo. Supongo que a lo largo
de sus 1020 páginas estallará por algún lado pero de momento no
aparece como no sea la pequeña pelea con su tío disgustado porque
su hermano, es decir el padre de K, y su madre, es decir su abuela,
se convirtiesen en carne podrida de su primera novela. No basta para
que me enganche, así que me temo que en algún momento dejaré de
leerla y diré adiós a K, aun así lo reconoceré como un gran
escritor, que lo que ha hecho había que hacerlo, una especie de
Pierre Menard de la vida común. K ha sido el Marcel Proust del
comienzo del siglo XXI y así habrá que registrarlo en los anales.
Me duele perderme sus reflexiones literarias, su autoevaluación, lo
que tiene que decir sobre el oficio de escribir.
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