martes, 23 de julio de 2019

Apollo 11



No sacará a los negacionistas de la hazaña del 20 de julio de 1969 de su delirio infantil, aunque nos divierte ver a una diputada con mando en Cortes (Susana Ros Martínez, se llama) sumarse a la orgía de la conspiranoia, seguramente también terraplanista, al tiempo que nos entristece que nuestro país no tenga filtros de calidad intelectual para quienes acceden a cargos de representación (cómo vamos a tener una comunidad científica y técnica a la altura), tampoco ofrece información novedosa de lo que ocurrió aquellos días, pero la visión de Apollo 11 (2019) gratifica nuestro afán de conocimiento, nuestra esperanza en la especie, nuestra fe en el futuro. No exige mucho este documental confeccionado con material de la NASA, las horas previas, el despegue, los astronautas en la cabina, el alunizaje y la vuelta, solo admirar el trabajo de afinamiento del grano y color de las cintas, hasta el punto de que algunas escenas parecen haber sido grabadas en la actualidad, sino sentarse y recordar y esperar que vuelva a suceder. En muchos aspectos es como poner una cinta familiar de otro tiempo para ver cómo eran las cosas entonces y sorprendernos de algún modo, cómo pudimos hacerlo, todas esas veces (cinco), con los medios de entonces. Conocemos lo que sucedió, no hubo ningún percance que pusiese en riesgo el acontecimiento, sabemos la historia de los protagonistas, el contexto político, la retórica inflada de entonces (Kennedy, Nixon, el propio Armstrong), no puede haber intriga, algo inesperado, pero sentados sin expectativas disfrutamos de este producto tan bien acabado.


Que la subida a la Luna no era una aventura fácil, por muy tecnológica que fuera, puntera entonces, lo muestra el caso del Apolo 13 (1995), solo unos meses después, donde los tres astronautas estuvieron a punto de naufragar. Los salvó, precisamente, esa tecnología. Lo vemos en la película que en 1995 le dedicó Ron Howard, entretenida pero un tanto enfática con esa cháchara del heroísmo a que los americanos tienden cuando tratan de sus historias y a la que tan bien se adapta Tom Hanks. Que yo sepa no hay películas comparables sobre los desastres de 1967 cuando un incendio en la plataforma de lanzamiento acabó con la vida de los tres tripulantes del Apolo I, de 1986 cuando estalló la nave espacial Challenger donde murieron sus siete tripulantes (hay una de la BBC para tv, The Challenger, de 2013 y otro telefilm americano de 1990) o de 2003 cuando en el Columbia también murieron sus siete astronautas.


También la reciente First Man (2018) reconstruye los sucesos, en este caso desde la perspectiva del héroe americano, de ese First Man, el primer hombre en llegar a la Luna. Ninguna de estas películas añade cosas que no sepamos, cosas importantes en todo caso. En esta, el director de La La Land, Damien Chazelle, intenta dar fondo, grosor, al personaje de Neil Armstrong, bajo la máscara de Ryan Gosling, pero salvo la muerte de una hija y la crisis vivida en una misión anterior, en la Gemini 8, no hay sucesos que le sirvan de vehículo o en todo caso no están contados o interpretados para que dejen huella. Hay un exceso de largos silencios significativos que es el modo como Chazelle y Gosling conciben la profundidad. Elegidos para la gloria (Philip Kaufman, 1983) basada en la crónica de Tom Wolfe, siguiendo a los pilotos que se preparan para las aventuras espaciales, sigue siendo la mejor película sobre el tema.


Luego está Moon, de 2009, interesante por otros motivos. Anuncia el futuro. Y lo que cuenta es verosímil. La Luna se ha convertido en una fuente de extracción de energía. Una industria la explota y un astronauta está al cargo. Pero ese astronauta solitario es especial, cuando lo descubra él y el espectador se llevarán una sorpresa. No es que sea una extraordinaria película pero la hipótesis que plantea es plausible, está a la vuelta de la esquina.

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