No
sacará a los negacionistas de la hazaña del 20 de julio de 1969 de
su delirio infantil, aunque nos divierte ver a una diputada con mando
en Cortes (Susana
Ros Martínez, se llama) sumarse a la orgía de la conspiranoia,
seguramente también terraplanista, al tiempo que nos entristece que
nuestro país no tenga filtros de calidad intelectual para quienes acceden a
cargos de representación (cómo vamos a tener una comunidad
científica y técnica a la altura), tampoco ofrece información
novedosa de lo que ocurrió aquellos días, pero la visión de Apollo
11 (2019)
gratifica nuestro afán de conocimiento, nuestra esperanza en
la especie, nuestra fe en el futuro. No exige mucho este documental
confeccionado con material de la NASA, las horas previas, el
despegue, los astronautas en la cabina, el alunizaje y la vuelta,
solo admirar el trabajo de afinamiento del grano y color de las
cintas, hasta el punto de que algunas escenas parecen haber sido
grabadas en la actualidad, sino sentarse y recordar y esperar que
vuelva a suceder. En muchos aspectos es como poner una cinta familiar
de otro tiempo para ver cómo eran las cosas entonces y sorprendernos
de algún modo, cómo pudimos hacerlo, todas esas veces (cinco), con
los medios de entonces. Conocemos lo que sucedió, no hubo ningún
percance que pusiese en riesgo el acontecimiento, sabemos la historia
de los protagonistas, el contexto político, la retórica inflada de
entonces (Kennedy, Nixon, el propio Armstrong), no puede haber
intriga, algo inesperado, pero sentados sin expectativas disfrutamos
de este producto tan bien acabado.
Que
la subida a la Luna no era una aventura fácil, por muy tecnológica
que fuera, puntera
entonces, lo muestra el caso del Apolo 13 (1995),
solo unos meses después, donde los tres astronautas estuvieron a
punto de naufragar. Los salvó, precisamente, esa tecnología. Lo
vemos en la película que en 1995 le dedicó Ron Howard, entretenida
pero un tanto enfática con esa cháchara del heroísmo a que los
americanos tienden cuando tratan de sus historias y a la que tan bien
se adapta Tom Hanks. Que yo sepa no hay películas comparables sobre
los desastres de 1967 cuando un incendio en la plataforma de
lanzamiento acabó con la vida de los tres tripulantes del Apolo
I, de 1986 cuando estalló la nave espacial Challenger
donde murieron sus siete tripulantes (hay una de la BBC para tv, The
Challenger, de 2013 y otro telefilm americano de 1990) o de 2003
cuando en el Columbia también murieron sus siete
astronautas.
También
la reciente First Man (2018) reconstruye los sucesos,
en este caso desde la perspectiva del héroe americano, de ese First
Man, el primer hombre en llegar a la Luna. Ninguna de estas películas
añade cosas que no sepamos, cosas importantes en todo caso. En esta,
el director de La La Land, Damien Chazelle, intenta dar fondo,
grosor, al personaje de Neil Armstrong, bajo la máscara de Ryan
Gosling, pero salvo la muerte de una hija y la crisis vivida en una
misión anterior, en la Gemini 8, no hay sucesos que le sirvan de
vehículo o en todo caso no están contados o interpretados para que
dejen huella. Hay un exceso de largos silencios significativos que es
el modo como Chazelle y Gosling conciben la profundidad. Elegidos
para la gloria (Philip Kaufman, 1983) basada en la crónica de
Tom Wolfe, siguiendo a los pilotos que se preparan para las aventuras
espaciales, sigue siendo la mejor película sobre el tema.
Luego
está Moon, de 2009, interesante por otros motivos.
Anuncia el futuro. Y lo que cuenta es verosímil. La Luna se ha
convertido en una fuente de extracción de energía. Una industria la
explota y un astronauta está al cargo. Pero ese astronauta solitario
es especial, cuando lo descubra él y el espectador se llevarán una
sorpresa. No es que sea una extraordinaria película pero la
hipótesis que plantea es plausible, está a la vuelta de la esquina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario