Calor.
Por fin, calor en esta ciudad a la que sus tradiciones y su clima le
brindan tan pocas oportunidades de liberar los cuerpos. Por fin, las
mujeres se desabrochan y ofrecen su cuerpo al calor que todo lo
excusa. Caen los convencionalismos, las rigideces, las mujeres
olvidan la nueva inquisición que bajo el nombre de progreso las ata
y vuelve suspicaces, no de los hombres sino de los guardianes o
guardianas del nuevo orden. Es una delicia mirar en un día como hoy.
Y ser mirado, aunque los hombres tenemos menos chances. Todo está a
la vista, como si de golpe los frutos hubiesen madurado y se
mostrasen en sazón. Chicas que tiran de la cadena de perros
inquietos y en el gesto brusco se alzan sus faldas o se aprietan aun
más los pantaloncillos, vestidos airosos, de una pieza, que se
levantan en el propio movimiento de caminar, como si todo estuviese
permitido y los hombres que las acompañan comprendiesen, mujeres en
bici, no puede haber espectáculo más incitante que una mujer en
bici luciendo las pantorrillas que quedan a la vista cuando la falda
se recoge en el gesto nada inocente del pedaleo, hasta la mujer que
en los días normales no encuentra el modo de lucirse encuentra la
oportunidad del gesto que se expone, del gozo del erotismo
sobrevenido, los chicos y chicas que se despojan de casi todo al
pasar por una fuente o chapotean en el río, con una alegría que
transmiten a quien los mira con arrobo. El calor nos iguala, baja las
defensas, crea las condiciones para la alegría y el placer.
sábado, 20 de julio de 2019
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