martes, 21 de mayo de 2019

Flush, de Virginia Woolf



           Flush no es un perro cualquiera, pertenece a la aristocracia canina, un cocker spaniel cuyo origen esté quizá en la especialidad de la caza de conejos en España, la Spain spaniel de los ingleses, y como tal vive en las mejores casas de los humanos. Flush en concreto es un regalo de la señorita Mitford a la melancólica Elizabeth Barrett. Durante un largo periodo habitará junto a su inválida ama sin salir de la habitación de la casa del ogro señor Barrett que maltrata a sus hijas, acurrucado con ella en el sofá, captando sus emociones, empatizando con ella. Más tarde, vivirá celoso el apasionado amor de la poeta victoriana con Robert Browning, tan celoso que hasta lo morderá. Saldrá de Inglaterra, huyendo con ellos hasta Florencia. Pero las peripecias de Flush no son una excusa de la autora para contarnos el romance de los dos poetas. Virginia Woolf busca los datos necesarios para una biografía en las cartas de Elizabeth Barrett Browning, pero no una biografía de los enamorados poetas sino del spaniel que los acompaña en su deliquio y en su fuga. La autora nos habla del contraste entre la campiña inglesa en la que vive su infancia junto a la señorita Mitford y el Londres de las convenciones victorianas de la casa de los Barrett, que tan bien representa Wilson, Lily Wilson, la dama de compañía de la señorita Barrett. La vida de Flush, su punto de vista que es el que adopta la narradora o biógrafa, como se llama a sí misma, es el de los sentidos que un humano tiene atrofiados, el tacto de sus almohadillas y notablemente el olfato. Es Flush quien nos cuenta la diferencia entre el mundo latino de Florencia y el Londres del que han huido, un mundo de diferencias en los olores estimulantes o desagradables, que atrapa en las calles o en el mercado, de flores y carnes, de vestidos y sudores, de fríos mármoles, o los que levanta el picajoso sol, también la desagradable comezón de las pulgas. Es Flush quien siente la vida más suelta, la facilidad para engancharse con otros perros con una libertad que no tenía en Londres, pues allí iba encadenado, de otro modo era posible que lo secuestrasen para pedir rescate, como de hecho ocurrió.

         Esta novela es un experimento, como lo son todas las novelas de Virginia Woolf, pero si en las demás, Orlando, Las olas, Al faro, la experimentación se convierte en una lectura trabajosa para el lector, aquí los ojos vuelan acompañando el vivo movimiento del protagonista que nos descubre un mundo de percepciones ajenas a nuestra común sensibilidad. Nos retienen las referencias a los dos grandes poetas de los que fue perrito faldón Flush, los detalles de la vida de la Inglaterra victoriana, querríamos saber más de lo uno y de lo otro, pero la autora nos aparta con inteligencia de lo que podría haber sido una novela histórica o una biografía detallada de Elizabeth Barrett, nos deja con hambre, por decirlo así, para ofrecernos un manjar más exquisito.

        El libro lo publicó Virginia Woolf en 1933, cuando ya había escrito sus obras más famosas. Lo leo en una edición reciente de Lumen. Formato grande, letras de tamaño aceptable, buena traducción de Vázquez Zamora y con ilustraciones de Iratxe López de Munáin. Un lujo.

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