La
cafetería donde leo el periódico cada mañana está cerca del
ayuntamiento. La segunda planta es propicia para el diálogo o la
tertulia. Hay funcionarios, profesoras de los colegios cercanos y
algún que otro autónomo que la convierte en su lugar de trabajo,
con el ordenador y el móvil a mano. A veces, por la música de
fondo, hay barullo y es difícil seguir la conversación. Otras veces
hay una cierta aproximación al silencio, cuando la gente vuelve al
trabajo. Hoy se me han impuesto dos conversaciones, una que
sobrevolaba el barullo, otra que pretendía sumergirse en el
silencio. Por mi parte, me era imposible concentrarme en los
artículos de fondo del periódico, uno sobre robótica, otros sobre
el fallecido Ferlosio. En la primera charla dos políticos del vasto
mundo de la izquierda fragmentada hablaban de la lista para las
próximas municipales. Uno, de carácter impulsivo y nervioso, quería
a toda costa que se incluyeran miembros de su partido en la lista ya
confeccionada, pugnando por escapar de la irrelevancia; el otro, con
voz pausada y envolvente, emisario de la alcaldesa, quería que
hablasen del fondo de las cosas que importan, del programa, y, si
acaso de comisiones de seguimiento y control. La conversación se les
iba, como en todas, sobre las personas que conocían, con pullas más
que alabanzas, sobre su valor, carácter y experiencia. Educados,
respetuosos, no coincidían, y como un ritornello iban volviendo a
los porcentajes y a las cosas que importan. Al final, uno de ellos ha
escapado del bucle, rompiendo la discusión sin fin, levantándose y
poniéndose sobre los hombros el jersey que tenía en el respaldo de
la silla. Al salir de la cafetería, el de la voz pausada y
envolvente, consciente de su posición imbatible, ha ido saludando o
abrazando al resto de gente que iba encontrado.
La
misma mesa y sillas han sido ocupadas poco después por dos mujeres,
una de edad mediada y otra joven. Aunque hacían esfuerzos por
acercarse al umbral del silencio me ha resultado imposible no
enterarme de su conversación. Una interrogaba y otra respondía.
Preguntas íntimas, la edad, el nacimiento, sobre el carácter, los
chicos, relaciones, sueño. Yo quería no enterarme, pero me era
imposible concentrarme en mi lectura. No tengo claro si era una
sesión de un psicólogo profesional con su paciente o de algún tipo
de terapia parapsicológica. Cuando la chica ha dicho, ayer me
bajó la regla, y ambas han empezado a contar confidencias al
respecto, he ido recogiendo mis bártulos. Me he avergonzado de
asistir involuntariamente a aquella relación de intimidades. No sé
cómo analizar lo que sucede, qué significa esta ruptura del dique
de la intimidad. En las teles ya sucede desde hace mucho, pero en la
vida de las gentes es más reciente. Siempre hemos sentido la
necesidad de contar lo que nos sucede dentro, lo novedoso es que se
haga a la vista de todo el mundo, sin tomar precaución alguna. Quizá
sea una cuestión generacional. Yo aún tapo con la palma de la mano
mi boca cuando hablo por el móvil y eso que no cuento intimidades,
aunque debiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario