miércoles, 3 de abril de 2019

El puente del tiempo



            Hay una forma sabrosona de disfrutar del periodismo. Es ver cada mañana sus mañas, sus sesgos, sus contradicciones. Todos los periódicos los tienen, pero los que proclaman su independencia, más. Es fácil prescindir de la prensa de partido o de la ideologizada, es más, hay que hacerlo si queremos mantener cierta integridad. Nuestro periódico de referencia va cambiando de línea editorial según lo exija la inyección de capital de subsistencia, lo que ha ocurrido varias veces en los últimos años. Pero como es un periódico grande y antiguo mantiene ciertas inercias. Hay que distinguir entre periodistas y opinadores. Si sigue siendo un periódico que merece la pena seguir leyendo es por sus periodistas. En las líneas de fractura social y política del país es donde más se nota la esquizofrenia del periódico. Ninguna otra como la información sobre Cataluña y la información sobre el juicio del procès. En general asigna la información política de la comunidad del noreste a periodistas de allí, formados en las facultades de allí, cocidos en la atmósfera atosigante de allí. Las entrevistas que hacen a quienes no representan el mainstream dominante son divertidísimas. Yo siempre leo las preguntas y, en general, paso de las respuestas, porque cada una representa un tópico incontestable, un destello de su alma podrida. Veamos, como ejemplo, una y dos. El epítome de ese periodismo atornillado es esta periodista, que fue defensora del lector en el periódico. En ella la información es sustituida cada vez que escribe por los lingotes de plomo que guarda en su cámara acorazada. Por supuesto, merece la pena seguir leyendo las crónicas internacionales del periódico, la divulgación científica, la información cultural, pero hay que saltarse las páginas de información política nacional, tan sesgada como vomitiva, salvo a Pablo ordaz.

           Estos días, el periódico nos ofrece piezas de gran disfrute. El contraste entre las crónicas del juicio que ofrece Pablo Ordaz, ejemplo de buen profesional, claro, conciso, sin apenas retórica, entreveradas con rasgos de humor, frente a las apostillas exculpatorias, sesgadas, brumosas que, justo debajo de la crónica, ofrece cada mañana XVF, buen amigo de sus amigos políticos indepes, primer oficial del tercerismo, señalando la manera correcta de leer el juicio, indicando a los jueces cómo deben proceder, saboteando al bueno de Pablo Ordaz, es mi solaz mañanero.

          Cuando leo a Pablo Ordaz, como hago cuando leo libros o veo videos de alguien a quien considero íntegro, me asalta el temor de que ceda, de que alguna bola de billar en movimiento le haga cambiar de dirección, de que una voz pausada e influyente modifique su punto de vista. Seguramente no todos, acaso la mayoría de los profesionales públicos, aquellos en quienes se asienta el fluctuante estado de opinión, sean conscientes de los tirantes de acero que sustentan con su labor el puente por el que pasa nuestro tiempo. No es cierto que un pelotón de fusileros salve en el último instante la civilización, pero de la fortaleza moral de unos cuantos depende que la corrosión de los tirantes no avance demasiado rápido.



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