Hay
una forma sabrosona de disfrutar del periodismo. Es ver cada mañana
sus mañas, sus sesgos, sus contradicciones. Todos los periódicos
los tienen, pero los que proclaman su independencia, más. Es fácil
prescindir de la prensa de partido o de la ideologizada, es más, hay
que hacerlo si queremos mantener cierta integridad. Nuestro periódico
de referencia va cambiando de línea editorial según lo exija la
inyección de capital de subsistencia, lo que ha ocurrido varias
veces en los últimos años. Pero como es un periódico grande y
antiguo mantiene ciertas inercias. Hay que distinguir entre
periodistas y opinadores. Si sigue siendo un periódico que merece la
pena seguir leyendo es por sus periodistas. En las líneas de
fractura social y política del país es donde más se nota la
esquizofrenia del periódico. Ninguna otra como la información sobre
Cataluña y la información sobre el juicio del procès. En
general asigna la información política de la comunidad del noreste
a periodistas de allí, formados en las facultades de allí, cocidos
en la atmósfera atosigante de allí. Las entrevistas que hacen a
quienes no representan el mainstream dominante son divertidísimas.
Yo siempre leo las preguntas y, en general, paso de las respuestas,
porque cada una representa un tópico incontestable, un destello de
su alma podrida. Veamos, como ejemplo, una
y dos.
El epítome de ese periodismo
atornillado es esta periodista, que fue defensora del lector en
el periódico. En ella la información es sustituida cada vez que
escribe por los lingotes de plomo que guarda en su cámara acorazada.
Por supuesto, merece la pena seguir leyendo las crónicas
internacionales del periódico, la divulgación científica, la
información cultural, pero hay que saltarse las páginas de
información política nacional, tan sesgada como vomitiva, salvo a
Pablo ordaz.
Estos
días, el periódico nos ofrece piezas de gran disfrute. El contraste
entre las crónicas
del juicio que ofrece Pablo Ordaz, ejemplo de buen profesional,
claro, conciso, sin apenas retórica, entreveradas con rasgos de
humor, frente a las apostillas exculpatorias, sesgadas, brumosas que,
justo debajo de la crónica, ofrece
cada mañana XVF, buen amigo de sus amigos políticos indepes,
primer oficial del tercerismo, señalando la manera correcta de leer
el juicio, indicando a los jueces cómo deben proceder, saboteando al
bueno de Pablo Ordaz, es mi solaz mañanero.
Cuando
leo a Pablo Ordaz, como hago cuando leo libros o veo videos de
alguien a quien considero íntegro, me asalta el temor de que ceda,
de que alguna bola de billar en movimiento le haga cambiar de
dirección, de que una voz pausada e influyente modifique su punto de
vista. Seguramente no todos, acaso la mayoría de los profesionales
públicos, aquellos en quienes se asienta el fluctuante estado de
opinión, sean conscientes de los tirantes de acero que sustentan con
su labor el puente por el que pasa nuestro tiempo. No es cierto que
un pelotón de fusileros salve en el último instante la
civilización, pero de la fortaleza moral de unos cuantos depende que
la corrosión de los tirantes no avance demasiado rápido.
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