Cómo
saber cuándo dejar de leer un libro, porque no acaba de engancharte
o porque está siendo aburrido o porque no le encuentras el qué, sea
lo que sea que signifique eso. La cuestión fundamental en este
asunto es sentir que no estás perdiendo el tiempo. En algún momento
llegamos a comprender, hacen falta años para ello, que ‘el tiempo
es un ladrón’, como señala Teju Cole en uno de sus títulos, así
que cuando te queda un pequeña porción del tiempo que se te ha
concedido no estás para bromas, necesitas contarlo y distribuirlo
mejor, aunque cuando avizoras el final ya hay muchas cosas que antes
hacías que ya no haces, algunas gratificantes y otras no, como
perder el tiempo en tontadas. Me pasa con las series, hay un montón
que no he pasado del primer cuarto de hora del primer capítulo. La
última Better Things. Oigo comentarios elogiosos y me lanzo a
la piscina. Quizá deba mirar la edad de quien hace los elogios. En
este último caso se trata de mujeres en edad de tener hijos. En
general, los comentaristas de series suelen ser mujeres jóvenes que
viven en un mundo que no es el mío o periodistas carcamales
retirados del bullicio a quienes se les regala una breve columna en
el periódico para que se entretengan. Las primeras valoran series de
madres con hijos, con aire de comedia sobre problemas de la vida
cotidiana, también les gustan las de terror, tipo Hill House,
o fantasías desbordadas al estilo Juego de Tronos, es decir,
las que, acostados los niños, les permiten, relajar el estrés del
día. A los otros, a los viejos periodistas de colmillo mellado, les
gustan las de espías, Counterpart, a ser posible británicas
o dramas donde se cuece el malestar social. Las series de tipo mix,
fantásticas y dramáticamente feministas, como El cuento de la
criada, les gustan a unas y a otros. De la mayoría de esas
series, de unas y de otros, no he pasado de los primeros quince
minutos fatídicos. En mi recuento son muchas más las series
abandonadas que las finalizadas.
¿Y
de los libros qué? Viene este comentario a propósito del último
libro que no sé si dejar caer o no. Mi cultura todavía es libresca.
Me he dejado robar muchas tardes pateando las calles Aribau y
Muntaner de Barcelona en librerías de viejo buscando tesoros. Ya no
valen nada, pero han quedado como fijaciones mentales difíciles de
deshacer. Aún así, iba a una cafetería, solo o en compañía,
plantaba la bolsa de tesoros sobre la mesa y hacía el recuento con
la sonrisa victoriosa del zahorí. Recuerdo peor las tardes perdidas
ante el libro que se me atragantaba, por aquel prurito de acabar el
libro iniciado, aquel respeto sagrado por los libros que me
inculcaron en la infancia. Cuántos libros inútiles, cuánto tiempo
desperdiciado. Entonces me importaban más los libros que las
personas, ahora que sé que mis preferencias estaban equivocadas ya
no tiene remedio. Es posible que la mayor parte de mis lecturas no
hayan servido para nada. Solo ahora selecciono bien. La vida nos
condena a ser sabios cuando la sabiduría nos sirve de bien poco. El
libro, un ejemplo, es La mujer singular y la ciudad. Comienza
con la historia de una amistad entre la autora narradora y un tal
Leonard con quien se ve una vez a la semana en Nueva York. Pinta
bien. Pero a medida que avanzo los colores se desvaen, recorridos por
la geografía de la ciudad, encuentros y desencuentros, como en la
memoria de quienes recuerdan cosas sueltas sin atender a lo esencial.
Sin duda, la autora tuvo una época mejor, la conozco por las citas,
aparece a menudo en la literatura feminista, quizá haya empezado por
el libro menos adecuado, pero con tantos autores como echan su peonza
a rodar como volver a alguien que ya te ha decepcionado. Lo mismo me
sucede con Ciudad princesa, otro bonito título que tiene
trampa, que vende una mercancía que no puedo comprar. Por el
contrario hay libros que leo dos veces y quizá una tercera, como La
sexta extinción, porque descubro su importancia vital. Y hay
otro tipo de libros que antes de empezar sabes que no podrás con
ellos, por su longitud, por su letra menuda, porque vienen de un
pasado que crees superado, pero su fama te impele a seguir un poco
más, y aún un poco más y cuando superas el primer puerto exhausto
e inicias el segundo te das cuenta que son mejor de lo que pensabas,
que tienen una poética que desconocías o de la que no te habían
hablado, es el caso de Walden de Thoreau. Y aún otros a los
que la urgencia de la vida te llevó a abandonar, mediada la lectura,
pero que te dices que deberías volver a ellos, porque en ellos está
el conocimiento que andas buscando, como ¿Qué sucedió en el
siglo XX?, de Peter Sloterdijk. En fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario