miércoles, 17 de abril de 2019

Dejar de leer un libro



              Cómo saber cuándo dejar de leer un libro, porque no acaba de engancharte o porque está siendo aburrido o porque no le encuentras el qué, sea lo que sea que signifique eso. La cuestión fundamental en este asunto es sentir que no estás perdiendo el tiempo. En algún momento llegamos a comprender, hacen falta años para ello, que ‘el tiempo es un ladrón’, como señala Teju Cole en uno de sus títulos, así que cuando te queda un pequeña porción del tiempo que se te ha concedido no estás para bromas, necesitas contarlo y distribuirlo mejor, aunque cuando avizoras el final ya hay muchas cosas que antes hacías que ya no haces, algunas gratificantes y otras no, como perder el tiempo en tontadas. Me pasa con las series, hay un montón que no he pasado del primer cuarto de hora del primer capítulo. La última Better Things. Oigo comentarios elogiosos y me lanzo a la piscina. Quizá deba mirar la edad de quien hace los elogios. En este último caso se trata de mujeres en edad de tener hijos. En general, los comentaristas de series suelen ser mujeres jóvenes que viven en un mundo que no es el mío o periodistas carcamales retirados del bullicio a quienes se les regala una breve columna en el periódico para que se entretengan. Las primeras valoran series de madres con hijos, con aire de comedia sobre problemas de la vida cotidiana, también les gustan las de terror, tipo Hill House, o fantasías desbordadas al estilo Juego de Tronos, es decir, las que, acostados los niños, les permiten, relajar el estrés del día. A los otros, a los viejos periodistas de colmillo mellado, les gustan las de espías, Counterpart, a ser posible británicas o dramas donde se cuece el malestar social. Las series de tipo mix, fantásticas y dramáticamente feministas, como El cuento de la criada, les gustan a unas y a otros. De la mayoría de esas series, de unas y de otros, no he pasado de los primeros quince minutos fatídicos. En mi recuento son muchas más las series abandonadas que las finalizadas.

              ¿Y de los libros qué? Viene este comentario a propósito del último libro que no sé si dejar caer o no. Mi cultura todavía es libresca. Me he dejado robar muchas tardes pateando las calles Aribau y Muntaner de Barcelona en librerías de viejo buscando tesoros. Ya no valen nada, pero han quedado como fijaciones mentales difíciles de deshacer. Aún así, iba a una cafetería, solo o en compañía, plantaba la bolsa de tesoros sobre la mesa y hacía el recuento con la sonrisa victoriosa del zahorí. Recuerdo peor las tardes perdidas ante el libro que se me atragantaba, por aquel prurito de acabar el libro iniciado, aquel respeto sagrado por los libros que me inculcaron en la infancia. Cuántos libros inútiles, cuánto tiempo desperdiciado. Entonces me importaban más los libros que las personas, ahora que sé que mis preferencias estaban equivocadas ya no tiene remedio. Es posible que la mayor parte de mis lecturas no hayan servido para nada. Solo ahora selecciono bien. La vida nos condena a ser sabios cuando la sabiduría nos sirve de bien poco. El libro, un ejemplo, es La mujer singular y la ciudad. Comienza con la historia de una amistad entre la autora narradora y un tal Leonard con quien se ve una vez a la semana en Nueva York. Pinta bien. Pero a medida que avanzo los colores se desvaen, recorridos por la geografía de la ciudad, encuentros y desencuentros, como en la memoria de quienes recuerdan cosas sueltas sin atender a lo esencial. Sin duda, la autora tuvo una época mejor, la conozco por las citas, aparece a menudo en la literatura feminista, quizá haya empezado por el libro menos adecuado, pero con tantos autores como echan su peonza a rodar como volver a alguien que ya te ha decepcionado. Lo mismo me sucede con Ciudad princesa, otro bonito título que tiene trampa, que vende una mercancía que no puedo comprar. Por el contrario hay libros que leo dos veces y quizá una tercera, como La sexta extinción, porque descubro su importancia vital. Y hay otro tipo de libros que antes de empezar sabes que no podrás con ellos, por su longitud, por su letra menuda, porque vienen de un pasado que crees superado, pero su fama te impele a seguir un poco más, y aún un poco más y cuando superas el primer puerto exhausto e inicias el segundo te das cuenta que son mejor de lo que pensabas, que tienen una poética que desconocías o de la que no te habían hablado, es el caso de Walden de Thoreau. Y aún otros a los que la urgencia de la vida te llevó a abandonar, mediada la lectura, pero que te dices que deberías volver a ellos, porque en ellos está el conocimiento que andas buscando, como ¿Qué sucedió en el siglo XX?, de Peter Sloterdijk. En fin.


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