lunes, 15 de abril de 2019

Cosas conocidas y extrañas, de Teju Cole



Cuando escribimos ficción, escribimos en el ámbito que conocemos. Pero también escribimos con la esperanza de que lo que escribimos llegue a otras personas. Esperamos, mediante el espectral arte de la literatura, engañarnos para divulgar verdades que no sabemos que sabemos”.

        Teju Cole me impresionó hace dos años cuando leí Ciudad abierta, una literatura deambulatoria por las calles de Nueva York. Ben Lerner ya lo había hecho antes por las calles de Madrid en Al salir de la estación de Atocha, ambos trasladan el pálpito de la vida a sus libros, sean poesía, ensayos o novela. En Cosas conocidas y extrañas, Cole recoge un puñado de ensayos, una parte dedicada a sus lecturas, otra a la fotografía, la otra actividad artística de Teju Cole, y una última a crónicas periodísticas de actualidad. No todos tienen el mismo interés, y cuando el yo se impone al asunto, cosa común en los escritores cuando alcanzan cierta nombradía, se vuelven prescindibles. Cuando acierta, dice cosas que otros no han dicho y te hace ver a Naipaul, a Trandtrömer o a Derek Walcott de un modo distinto a como los habías leído. Sus crónicas periodísticas son casi todas prescindibles, su viaje a Roma es un ejemplo del yo montado en la obviedad. Se salvan las que adoptan la forma del relato, entonces son brillantes. Es el caso de las dedicadas a Nigeria, su país de origen, con esa cosa tan increíble del robo del pene, o la dedica a la frontera de la inmigración entre México y EE UU o el último relato dedicado a una ceguera momentánea, la papiloflebitis, que le afecta y asusta. A Teju Cole le gustan las citas, fragmentos de poesía, fotografías. Hace acopio de unas cuantas, algunas se agotan en el ingenio, como esta de Goethe: “El color es la expresión y el sufrimiento de la luz” o la de Oscar Wilde: “Sólo las personas superficiales no juzgan por las apariencias. El verdadero misterio del mundo es lo visible, no lo invisible”, pero otras te hacen pensar y comprender el matiz exacto de lo que quiere hacerte ver. 


            Aunque a mí lo que más me ha interesado son sus comentarios sobre el arte de la fotografía, quizá porque soy un palurdo en ese arte. Hace comentarios técnicos y sabios y descubre a fotógrafos que yo desconocía. Por ejemplo, Glenna Gordon fotografiando objetos encontrados de las chicas que fueron secuestradas por Boko Haram en Nigeria, ya que su secuestro y cautividad no podían fotografiarse. Es posible que la blusa azul con el nombre de la chica escrito en el cuello, Hauwa Mutah, una chica que quería ser bioquímica, tenga más fuerza que si viésemos una foto suya, o el pijamita sucio de un bebé tirado en el suelo, hecha después del genocidio de Ruanda por Gilles Peress. También nos descubre a partir de la foto que DeCarava hizo de una manifestante negra, en las marchas de Mississipi, de 1963, la dificultad para captar la piel negra por los mecanismos mal calibrados de las cámaras y el trabajo de los fotógrafos para ponerlo en evidencia, incluso para hacerla más oscura y llevarla hasta el límite de lo sospechoso. La fotografía vale, como cualquier arte, si nos muestra el mundo no si lo enmascara. ¿Cuántos millones de fotografías se han hecho en el último año? ¿Cuántas han quedado libres de los filtros embellecedores que les aplicamos voluntariamente o que dejamos que lo hagan los algoritmos que aplican las cámaras o los almacenes de fotos en la nube?      

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