Oigo
al pasar, en la plaza del pueblo, en un mitin, a la alcaldesa de
Barcelona y a la de aquí. Detrás de ellas, en escenografía
cuidada, un coro de sonrisas y aplausos que va subrayando los memes
no por sabidos menos reforzados. De entre todo el chapurriau, se me
queda la insistencia en que todos los males proceden del gobierno,
del gobierno del partido popular. Para ellas, el gobierno sigue
siendo del PP. Hablan de los unos y de los otros, separatistas y
unionistas, pero dejando claro que unos son peores que los otros, no los que están siendo juzgados, precisamente. No
es que hubiese mucho público, ¿ciento cincuenta?, lo suficiente
para hacer bulto y seguir manteniendo la ficción.
Sentadas
en lo alto de la tarima, no parecen distintas de aquellos vendedores
de mantas de mi infancia que regalaban una, dos y tres si te animabas
a comprar. No hay diferencia entre una campaña electoral y una de
publicidad. Ruido, marcas, repetición. Y a ver si pican. Abandonémosles hasta el
momento preciso del día en que vayamos a depositar la papeleta. Qué
alivio desconectar la radio por las mañanas, no ver un telediario,
oír al otro lado de la carpa el griterío del mitin como una función de circo, ausentarse. Ampliemos el
número de electores inteligentes, los que mantienen la duda como
método, los que desprecian a los vendedores de mantas y, bajo ninguna
excusa, dejan de ir a votar cuando toca.
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