domingo, 24 de marzo de 2019

El año del pensamiento mágico, de Joan Didion



«Aquellos jóvenes tenaces ven cómo las pupilas de su paciente se quedan insensibles a la luz y luego se ensanchan hasta convertirse en dos círculos fijos de impenetrable oscuridad. De mala gana, el equipo interrumpe sus esfuerzos [...]. La sala está salpicada con los restos de la campaña perdida». (How We Die, Dr. Sherwin B. Nuland).

         El 30 de diciembre de 2003 el marido de Joan Didion cayó fulminado de un ataque al corazón cuando ambos se disponían a cenar en el comedor de su casa, mientras su hija, Quintana, estaba ingresada en el hospital por un choque séptico como consecuencia de una neumonía. Joan Didion y John Gregory Dunne eran escritores, habituales de Hollywood, donde habían hecho guiones de películas como The Panic in Needle Park (1971), A Star Is Born (1976) o True Confessions (1981). Conocían y tenían amigos en el mundillo periodístico y del cine. Podían reservar una mesa en un restaurante famoso o conseguir una entrada de basquet para ver a los Nicks frente a los Nets, directamente, gracias a David Stern. No eran ricos pero vivían desahogadamente, su vida era fácil y bien relacionada. Pero la muerte no se detiene en la puerta ni avisa. Joan Dión y su marido llevaban cuarenta años casados, eran convencionalmente felices. “Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba”. Es la frase que Didion va repitiendo en su libro como una letanía. El año del pensamiento mágico lo comenzó a escribir diez meses después de la muerte de John, el 4 de octubre de 2004, y lo terminó 88 días después. En él relata el año de duelo. Sabemos que la muerte está ahí, que un día llegará: “y un instante después, la eterna oscuridad”, pero no lo acabamos de creer. Lo vemos como una abstracción, algo que les sucede a los demás, pero nosotros estamos a salvo. Cómo viviríamos si no, si pensáramos de continuo en ese momento. Joan Didion no se acostumbra a la ausencia de su marido, cree que volverá, lo tiene presente, le hace preguntas. Allá por donde pasa le vienen los recuerdos, los momentos que vivieron juntos, las preguntas y respuestas, los lugares: “No le había prestado suficiente atención”. Poco antes de la publicación del libro moría Quintana, su hija, a la que dedicaría Blue Nights, igualmente confesional. Joan Didion arrastra desde los setenta una esclerosis múltiple.

         El relato produjo un gran impacto cuando se publicó, en 2005. Fue llevado al teatro por Vanessa Redgrave. Antes había habido otros escritores y libros como Una pena en observación, de C. S. Lewis o Patrimonio: una historia verdadera de Philip Roth, que habían tratado el duelo, pero fue tras El año del pensamiento mágico cuando los escritores parecieron perder el miedo a escribir con franqueza de su dolor, a postergar el artificio de la literatura en favor del sentimiento crudo, a sustituir lo verosímil por lo veraz. El lector estaba hambriento de realidad. Una catarata de escritores hizo sus propias confesiones sobre el dolor de la pérdida del esposo, el padre, la madre, los hijos, el amigo. En español, donde teníamos algunos ejemplos de literatura confesional, el más notable, quizá, Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes, se vive un auténtico boom: La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, La hora violeta, de Sergio del Molino, Con mi madre, de Soledad Puértolas, Ordesa de Manuel Vilas, Tiempo de vida, de Marcos Giralt, El olvido que seremos, de Héctor Abad, o La isla del padre, de Fernando Marías. Y muchos más.


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