«Aquellos jóvenes tenaces ven cómo las pupilas de su paciente se quedan insensibles a la luz y luego se ensanchan hasta convertirse en dos círculos fijos de impenetrable oscuridad. De mala gana, el equipo interrumpe sus esfuerzos [...]. La sala está salpicada con los restos de la campaña perdida». (How We Die, Dr. Sherwin B. Nuland).
El
30 de diciembre de 2003 el marido de Joan Didion cayó fulminado de
un ataque al corazón cuando ambos se disponían a cenar en el
comedor de su casa, mientras su hija, Quintana, estaba ingresada en
el hospital por un choque séptico como consecuencia de una neumonía.
Joan Didion y John Gregory Dunne eran escritores, habituales de
Hollywood, donde habían hecho guiones de películas como The
Panic in Needle Park (1971), A Star Is Born (1976) o True
Confessions (1981). Conocían y tenían amigos en el mundillo
periodístico y del cine. Podían reservar una mesa en un restaurante
famoso o conseguir una entrada de basquet para ver a los Nicks frente
a los Nets, directamente, gracias a David Stern. No eran ricos pero
vivían desahogadamente, su vida era fácil y bien relacionada. Pero
la muerte no se detiene en la puerta ni avisa. Joan Dión y su marido
llevaban cuarenta años casados, eran convencionalmente felices. “Te
sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba”. Es la frase que
Didion va repitiendo en su libro como una letanía. El año del
pensamiento mágico lo comenzó a escribir diez meses después de
la muerte de John, el 4 de octubre de 2004, y lo terminó 88 días
después. En él relata el año de duelo. Sabemos que la muerte está
ahí, que un día llegará: “y un instante después, la eterna
oscuridad”, pero no lo acabamos de creer. Lo vemos como una abstracción, algo que les sucede a los demás, pero nosotros estamos a salvo.
Cómo viviríamos si no, si pensáramos de continuo en ese momento.
Joan Didion no se acostumbra a la ausencia de su marido, cree que
volverá, lo tiene presente, le hace preguntas. Allá por donde pasa
le vienen los recuerdos, los momentos que vivieron juntos, las
preguntas y respuestas, los lugares: “No le había prestado
suficiente atención”. Poco antes de la publicación del libro moría Quintana, su hija, a la que dedicaría Blue Nights, igualmente confesional. Joan Didion arrastra desde los setenta una esclerosis múltiple.
El
relato produjo un gran impacto cuando se publicó, en 2005. Fue
llevado al teatro por Vanessa Redgrave. Antes había habido otros
escritores y libros como Una pena en observación, de C. S.
Lewis o Patrimonio: una historia verdadera de Philip Roth, que habían tratado el duelo, pero fue tras El año del pensamiento mágico cuando los
escritores parecieron perder el miedo a escribir con franqueza de su
dolor, a postergar el artificio de la literatura en favor del
sentimiento crudo, a sustituir lo verosímil por lo veraz. El lector
estaba hambriento de realidad. Una catarata de escritores hizo sus
propias confesiones sobre el dolor de la pérdida del esposo, el
padre, la madre, los hijos, el amigo. En español, donde teníamos algunos ejemplos de literatura confesional, el más notable, quizá, Señora de rojo sobre fondo gris de Miguel Delibes, se vive un auténtico boom:
La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero, La
hora violeta, de
Sergio del Molino, Con mi madre, de Soledad Puértolas,
Ordesa de Manuel Vilas, Tiempo de vida, de Marcos
Giralt, El olvido que seremos, de Héctor Abad, o La isla
del padre, de Fernando Marías. Y muchos más.
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