sábado, 5 de enero de 2019

Una vida digna


Sócrates ¿Y esta incertidumbre no es una prueba, como ya lo hemos dicho, de que no sólo ignoras las cosas más importantes, sino que, ignorándolas, crees saberlas?
Alcibíades Me temo que sea así. 
Sócrates ¡Oh Alcibíades, en qué estado tan miserable te hallas! No me atrevo a darle nombre. Sin embargo, puesto que estamos solos, es preciso decirlo. Estás sumido en la peor estupidez, mi querido amigo, como lo acreditan tus palabras, y como lo atestiguas contra ti mismo. He aquí por qué te has arrojado a la política, antes de recibir instrucción. Y tú no eres el único a quien sucede esta desgracia, porque es común a la mayor parte de los que se mezclan en los negocios de la ciudad, excepto uno pocos y quizá Pericles, tu tutor.

        Pocos diálogos socráticos tan actuales como este. Qué hace que perseveremos en la estupidez, qué hace que a sabiendas hagamos cosas contra el bien común que ocasionan daño a quienes queremos o a quienes debiéramos respetar. Los clásicos dejaron escrito que perseveramos en la estupidez por falta de sabiduría. El mal es consecuencia a menudo de la falta de reflexión, de falta de sabiduría. Lo contrario a la sabiduría no era para Sócrates, o para los estoicos, como se suele decir, la ignorancia sino la amathia, concepto difícil de trasladar a nuestra lengua, pero que se puede traducir como estupidez inteligente, distinguiendo la incapacidad para comprender de la negativa a hacerlo, no la estupidez natural, por tanto, de quienes por naturaleza están faltos de razón sino la de quienes sabiendo que tal cosa está mal perseveran en ella porque creen obtener un bien personal. Solo hay que abrir los ojos estos días para ver cómo crece el número de quienes retan a la ley y perseveran en la injusticia. Sucede en casos individuales de violencia extrema que los medios explotan para su negocio y sucede en el comportamiento de políticos que buscan el camino más rápido para llegar al poder o mantenerlo. A todos ellos les falta sabiduría. Ninguno de ellos se piensa como malvado, como dejó escrito Hanna Arendt, sino que siguen un propósito, incluso siguen la opinión general, creen que están en el buen camino, aunque si reflexionasen verían que su acción no redunda en bien común.

        Qué nos hace ser morales. En el diálogo con Alcibiades, Sócrates afirma que cambiar la naturaleza humana es misión imposible, hay que aceptarla como se nos da. Sin embargo, Aristóteles y con él la ciencia moderna creen que hay una parte que sí se puede modificar, lo relacionado con los hábitos adquiridos y con el aprendizaje, a través de la enseñanza o del ejemplo. Los estoicos afirmaban que había cuatro virtudes que había que cultivar con la voluntad, la sabiduría práctica que nos ayuda a decidir, el valor frente a circunstancias adversas, la templanza que nos libra de los excesos y la justicia que hace que veamos dignidad en los demás y los tratemos con ecuanimidad. Buena parte de las filosofías éticas y de las religiones y casi todas las culturas aceptan esas virtudes como naturales. Todas se resumen en la más importante, la sabiduría que nos conduce en el proceloso océano de la vida mediante conocimiento y buen juicio.

       Vivir una vida digna nos exige poco. Si nos enfrentamos al jefe por una injusticia quizá perdamos el trabajo, si mantenemos una doble vida y la confesamos ante quienes nos aman quizá perdamos su estima, pero es difícil que tengamos ocasión de vernos sometidos a tortura o a la muerte para mantener nuestra dignidad como les ocurrió a estoicos famosos como el almirante Jim Stockdale en el Hilton Hanoi, o a Catón el Joven, que prefirió darse muerte antes que conceder a César el poder del perdón, o aceptar el suicidio para mantener el respeto ante el emperador como Helvidio Prisco. En una vida como la nuestra llevar una vida digna requiere cierta disciplina, no mucho más. Y sin embargo, nos exigimos poco, por qué. La mayoría sigue la opinión general aunque esté equivocada.


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