Sócrates ¿Y esta incertidumbre no es una prueba, como ya lo hemos dicho, de que no sólo ignoras las cosas más importantes, sino que, ignorándolas, crees saberlas?
Alcibíades Me temo que sea así.
Sócrates ¡Oh Alcibíades, en qué estado tan miserable te hallas! No me atrevo a darle nombre. Sin embargo, puesto que estamos solos, es preciso decirlo. Estás sumido en la peor estupidez, mi querido amigo, como lo acreditan tus palabras, y como lo atestiguas contra ti mismo. He aquí por qué te has arrojado a la política, antes de recibir instrucción. Y tú no eres el único a quien sucede esta desgracia, porque es común a la mayor parte de los que se mezclan en los negocios de la ciudad, excepto uno pocos y quizá Pericles, tu tutor.
Pocos
diálogos socráticos tan actuales como este. Qué hace que
perseveremos en la estupidez, qué hace que a sabiendas hagamos cosas
contra el bien común que ocasionan daño a quienes queremos o a
quienes debiéramos respetar. Los clásicos dejaron escrito que
perseveramos en la estupidez por falta de sabiduría. El mal es
consecuencia a menudo de la falta de reflexión, de falta de
sabiduría. Lo contrario a la sabiduría no era para Sócrates, o para
los estoicos, como se suele decir, la ignorancia sino la amathia,
concepto difícil de trasladar a nuestra lengua, pero que se puede
traducir como estupidez inteligente, distinguiendo la incapacidad
para comprender de la negativa a hacerlo, no la estupidez natural,
por tanto, de quienes por naturaleza están faltos de razón sino la
de quienes sabiendo que tal cosa está mal perseveran en ella porque
creen obtener un bien personal. Solo hay que abrir los ojos estos
días para ver cómo crece el número de quienes retan a la ley y
perseveran en la injusticia. Sucede en casos individuales de
violencia extrema que los medios explotan para su negocio y sucede en
el comportamiento de políticos que buscan el camino más rápido
para llegar al poder o mantenerlo. A todos ellos les falta sabiduría. Ninguno de
ellos se piensa como malvado, como dejó escrito Hanna Arendt, sino
que siguen un propósito, incluso siguen la opinión general, creen
que están en el buen camino, aunque si reflexionasen verían que su
acción no redunda en bien común.
Qué
nos hace ser morales. En el diálogo con Alcibiades, Sócrates afirma
que cambiar la naturaleza humana es misión imposible, hay que
aceptarla como se nos da. Sin embargo, Aristóteles y con él la
ciencia moderna creen que hay una parte que sí se puede modificar,
lo relacionado con los hábitos adquiridos y con el aprendizaje, a
través de la enseñanza o del ejemplo. Los estoicos afirmaban que
había cuatro virtudes que había que cultivar con la voluntad, la
sabiduría práctica que nos ayuda a decidir, el valor frente a
circunstancias adversas, la templanza que nos libra de los excesos y
la justicia que hace que veamos dignidad en los demás y los tratemos
con ecuanimidad. Buena parte de las filosofías éticas y de las
religiones y casi todas las culturas aceptan esas virtudes como
naturales. Todas se resumen en la más importante, la sabiduría que
nos conduce en el proceloso océano de la vida mediante conocimiento
y buen juicio.
Vivir
una vida digna nos exige poco. Si nos enfrentamos al jefe por una
injusticia quizá perdamos el trabajo, si mantenemos una doble vida y la confesamos ante quienes nos aman quizá perdamos su estima, pero es
difícil que tengamos ocasión de vernos sometidos a tortura o a la muerte para
mantener nuestra dignidad como les ocurrió a estoicos famosos como
el almirante
Jim Stockdale en el Hilton Hanoi, o a Catón
el Joven, que prefirió darse muerte antes que conceder a César el
poder del perdón, o aceptar el suicidio para mantener el respeto
ante el emperador como Helvidio
Prisco. En una vida como la nuestra llevar una vida digna
requiere cierta disciplina, no mucho más. Y sin embargo, nos exigimos poco, por
qué. La mayoría sigue la opinión general aunque esté equivocada.
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