jueves, 3 de enero de 2019

Qué hacemos


              En una época como esta, con la realidad tan fluida, casi gaseosa, las palabras vuelan, vienen y van, sin echar el anzuelo a cosas a las que dotar de un significado unívoco. Huimos de los hechos como si quemasen, preferimos ver lo que no nos gusta con gafas empañadas o ni siquiera los miramos a la cara, estamos ciegos a sus consecuencias, a los cambios que inducen en el mundo que conocíamos, es más cómodo, menos comprometido, sumir su masa bajo palabras mutantes que los aprisionan o palabras testigo que vienen de otras épocas fijadas con significados estancos, seguros, que dejan pacificada nuestra conciencia moral. Machistas, decimos, extrema derecha, fascistas, populismo, palabras que arrojamos como flechas a dianas precisas, tan precisas que no necesitamos limpiar el vaho de las gafas, ni reajustar el enfoque, ni discutirlas. Pero si la realidad es confusa y hacemos muy poco por reaprehenderla es porque nos asusta, trastoca todo lo que sabíamos, hay cosas para las que no hay conceptos, ni autoridad en la que confiar para que nos la aclare. Estamos solos pero no lo queremos aceptar, ciegos, por lo que no apartamos los ojos de las pantallas, atracándonos de ficciones infantiles o adolescentes, de chistes malos, de vídeos y frases infectas, que tomamos por realidad verdadera. Hay cadenas de televisión enteras, grupos de whatsapp, cadenas de radio con el léxico tan restringido que no saben otra cosa que aplicar a sus clientes la estimulación de Pavlov a su perro, extendiendo el rumor del enemigo emboscado, del vecino sospechoso, del amigo confundido y trastornado. Mudos estamos, excitados, sin pausa, sólo sabemos mover los dedos inquietos, inteligencia táctil, impulsiva, con un código muy restringido, que amplía o achica o toca y retoca, cerrados los oídos al mundo y a la parte de la mente que percibe, detiene y reflexiona, confinados a unos sonidos repetitivos y estridentes. También ellos, quienes nos deberían orientar están confusos, los filósofos, los que nos traen las noticias y aquellos en quienes delegamos para reajustar el cambio, reordenar la sociedad. Hasta en la presidencia hay un insensato. No confiamos en ellos, les damos una patada en su nalga izquierda o en su nalga derecha. Por un momento creemos hallar la verdad en un barbado o en la mirada de un loco o en el verbo encendido de otro, pero dura bien poco el encantamiento. ¿Qué hacemos?

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