En
una época como esta, con la realidad tan fluida, casi gaseosa, las
palabras vuelan, vienen y van, sin echar el anzuelo a cosas a las que
dotar de un significado unívoco. Huimos de los hechos como si
quemasen, preferimos ver lo que no nos gusta con gafas empañadas o
ni siquiera los miramos a la cara, estamos ciegos a sus
consecuencias, a los cambios que inducen en el mundo que conocíamos,
es más cómodo, menos comprometido, sumir su masa bajo palabras
mutantes que los aprisionan o palabras testigo que vienen de otras
épocas fijadas con significados estancos, seguros, que dejan
pacificada nuestra conciencia moral. Machistas, decimos, extrema
derecha, fascistas, populismo, palabras que arrojamos como flechas a dianas
precisas, tan precisas que no necesitamos limpiar el vaho de las
gafas, ni reajustar el enfoque, ni discutirlas. Pero si la realidad
es confusa y hacemos muy poco por reaprehenderla es porque nos
asusta, trastoca todo lo que sabíamos, hay cosas para las que no hay
conceptos, ni autoridad en la que confiar para que nos la aclare.
Estamos solos pero no lo queremos aceptar, ciegos, por lo que no
apartamos los ojos de las pantallas, atracándonos de ficciones
infantiles o adolescentes, de chistes malos, de vídeos y frases
infectas, que tomamos por realidad verdadera. Hay cadenas de
televisión enteras, grupos de whatsapp, cadenas de radio con el
léxico tan restringido que no saben otra cosa que aplicar a sus
clientes la estimulación de Pavlov a su perro, extendiendo el rumor
del enemigo emboscado, del vecino sospechoso, del amigo confundido y
trastornado. Mudos estamos, excitados, sin pausa, sólo sabemos mover
los dedos inquietos, inteligencia táctil, impulsiva, con un código
muy restringido, que amplía o achica o toca y retoca, cerrados los
oídos al mundo y a la parte de la mente que percibe, detiene y
reflexiona, confinados a unos sonidos repetitivos y estridentes.
También ellos, quienes nos deberían orientar están confusos, los
filósofos, los que nos traen las noticias y aquellos en quienes delegamos para
reajustar el cambio, reordenar la sociedad. Hasta en la presidencia
hay un insensato. No confiamos en ellos, les damos una patada en su
nalga izquierda o en su nalga derecha. Por un momento creemos hallar la verdad en un barbado o en la mirada de un loco o en el verbo encendido de
otro, pero dura bien poco el encantamiento. ¿Qué hacemos?
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