martes, 8 de enero de 2019

La luz negra, de María Gainza




        

         Cuesta coger el vuelo de una prosa nueva, pero si tiene ritmo y originalidad al final es un disfrute. Es el caso de María Gainza. Es argentina y eso puede ser un defecto o una difícil virtud. Los escritores argentinos escriben después de una edad de oro. Detrás de Borges y de sus coetáneos la prosa argentina se ha vuelto exigente, ingeniosa, como si se prohibiese la sencillez y la espontaneidad, al contrario que los escritores centroamericanos, practican un barroquismo en el que a menudo el lector tiene difícil entrar. Es lo que me ha sucedido con lo último del recién fallecido Ricardo Piglia, Los casos del comisario Croce, una literatura tan elaborada, tan barroca que parece hecha para restringir las invitaciones al convite literario. También en Gainza hay algo de eso, sin embargo, a pesar de la elaboración no se pierde del todo la frescura. Al menos hay el esqueleto de una historia, por la que merece seguir el hilo, el de un personaje escurridizo, la Negra, a quien la narradora persigue buscando entre los restos de una época desaparecida, los sesenta, antes de que Argentina se jodiese. Y hay una historia a la que cuesta emerger de la nube de la memoria de las personas que la conocieron, una historia de pintores, tasadores, reseñistas y falsificadores del Buenos Aires de entonces. Van apareciendo personajes a medio construir, esbozos, Enriqueta Macedo, tasadora, Mariette Lydis, pintora, la propia Negra, falsificadora, casi todos mujeres, como la propia narradora que se mueve en el mundo de la tasación y la crítica de arte. Y ademas, la autora añade otros personajes que tienen alguna relación con lo que se cuenta, como la biógrafa de William Blake. 

         Gainza usa distintas formas de escritura, la reseña crítica de arte, la entrevista, la prosa judicial, la indagación en primera persona. Es cuidadosa en la elaboración de las frases, casi todas construidas con esmero, evitando lo reconocible, dejando en cada una una huella propia. Hay una exhibición de la autora no solo en el dominio de la escritura, también en las referencias, en las citas, un exceso de lucimiento que a veces cansa o traba la lectura, cuando hay demasiado ingenio y referencia culta, más de lo necesario para que la historia que pretende contar fluya, más pendiente de la propia escritura, del arte propio, que de la sustancia de lo que quiere relatar, aunque haya un paralelo deliberado entre la nebulosa época que quiere reconstruir y los procedimientos de la literatura para hacerse con la realidad. En todo caso, aquí hay una escritora.

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