Cuesta
coger el vuelo de una prosa nueva, pero si tiene ritmo y originalidad
al final es un disfrute. Es el caso de María Gainza. Es argentina y
eso puede ser un defecto o una difícil virtud. Los escritores
argentinos escriben después de una edad de oro. Detrás de Borges y
de sus coetáneos la prosa argentina se ha vuelto exigente,
ingeniosa, como si se prohibiese la sencillez y la espontaneidad, al
contrario que los escritores centroamericanos, practican un
barroquismo en el que a menudo el lector tiene difícil entrar. Es lo
que me ha sucedido con lo último del recién fallecido Ricardo
Piglia, Los casos del comisario Croce, una literatura tan elaborada,
tan barroca que parece hecha para restringir las invitaciones al
convite literario. También en Gainza hay algo de eso, sin embargo, a
pesar de la elaboración no se pierde del todo la frescura. Al menos
hay el esqueleto de una historia, por la que merece seguir el hilo,
el de un personaje escurridizo, la Negra, a quien la narradora
persigue buscando entre los restos de una época desaparecida, los
sesenta, antes de que Argentina se jodiese. Y hay una historia a la
que cuesta emerger de la nube de la memoria de las personas que la
conocieron, una historia de pintores, tasadores, reseñistas y
falsificadores del Buenos Aires de entonces. Van apareciendo
personajes a medio construir, esbozos, Enriqueta Macedo, tasadora,
Mariette Lydis, pintora, la propia Negra, falsificadora, casi todos
mujeres, como la propia narradora que se mueve en el mundo de la
tasación y la crítica de arte. Y ademas, la autora añade otros
personajes que tienen alguna relación con lo que se cuenta, como la
biógrafa de William Blake.
Gainza
usa distintas formas de escritura, la reseña crítica de arte, la
entrevista, la prosa judicial, la indagación en primera persona. Es
cuidadosa en la elaboración de las frases, casi todas construidas
con esmero, evitando lo reconocible, dejando en cada una una huella
propia. Hay una exhibición de la autora no solo en el dominio de la
escritura, también en las referencias, en las citas, un exceso de
lucimiento que a veces cansa o traba la lectura, cuando hay demasiado
ingenio y referencia culta, más de lo necesario para que la historia
que pretende contar fluya, más pendiente de la propia escritura, del
arte propio, que de la sustancia de lo que quiere relatar, aunque
haya un paralelo deliberado entre la nebulosa época que quiere
reconstruir y los procedimientos de la literatura para hacerse con la
realidad. En todo caso, aquí hay una escritora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario