El
equilibrio de la mente pende de un hilo, de unas pocas rutinas o
creencias o circunstancias que nos permiten no caer en la depresión
o en la locura o en el delirio. Todo el mundo tiene cerca casos de
familiares o amigos o conocidos, o uno mismo, que se mantienen en pie
por los pelos. Fechas como estas, después del alboroto familiar, de
las comidas y las cenas pantagruélicas, del derroche sin fundamento,
son propicias al desplome o al menos a un pesimismo existencial que
tardamos en remontar, incluso en las redes sociales se nota la merma
de afluencia, la contracción del ánimo. También, cuando volvemos a
la vida normalizada retomamos las rutinas insanas o a las ideas
idiotas que mantenemos como un salvoconducto a la normalidad. Las
mantenemos porque creemos que así nos aceptan nuestros amigos o los
grupos a los que nos adscribimos. Primero las aceptamos como cuota de
ingreso y luego las fijamos en nuestra mente como verdades, algo que
contradice la supuesta victoria de la racionalidad. Parece que es al
revés, triunfan las mentiras que se toman por verdades, las
creencias sin fundamento, las ideas que reafirman nebulosas
identidades que dañan la convivencia. Lo peor es cuando todo eso se
transforma en comportamiento y envenena nuestros actos.
¿Cómo
rescatamos nuestra integridad, si alguna vez la hubo? Sí, alguna vez
fuimos inocentes y creímos que podíamos tener una vida propia, que
lo que deseábamos no iba en mengua de los demás, que una vida en
común era posible. Esos deseos equilibraban la vida de la mente,
apaciguaban la ira, reducían la ansiedad, disminuían el sentimiento
de soledad. Los estoicos hablan de la dicotomía de control. Dicen,
no te preocupes de aquello que no está en tu mano resolver,
contempla lo que sí está. Para estos asuntos, cuando nos vemos
asaltados por estados alterados de conciencia, ira, ansiedad,
soledad, miedo, daban unos cuantos consejos: respirar profundamente,
con el diafragma mejor que con los pulmones, retirarse a un reservado
ante una situación de estrés y recitar un mantra del tipo
‘prefiriría no enfrentarme a esta situación pero tengo que
hacerlo’, no responder de inmediato en una charla que nos arrincona
o exalta, buscar el lugar y el momento para tenerla con tranquilidad,
utilizar el humor para distender, nunca el sarcasmo, cambiar de
escenario y practicar, practicar hasta convertir esas practicas en
automáticas, como hace el carpintero en su taller cada día hasta
ser un buen carpintero, de modo que las incorporemos al carácter
como un automatismo. Una gimnasia mental. De ese modo no perderemos a los amigos ni nos
distanciaremos de los familiares, dulcificaremos el carácter y
alcanzaremos la tranquilidad mental, que es el objetivo.
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