Convertir
al adversario en espantajo, una figura sin pliegues pero con las
aristas perfectamente definidas para que el contraste entre la luz y
la sombra sea diáfano, es el mejor modo de hacerlo enemigo y
concentrar en él los disparos verbales, la diana que el odio
necesita. Pero disminuir al otro de ese modo, despojarle de
humanidad, es el peor modo de liberarnos del odio que nos alienta, al
contrario. Hacer del otro un espantajo es hacer de nosotros mismos un
espantajo. Así construimos la contrafigura que da razón a nuestra
existencia menguada y ocupamos el lugar en el tablero, frente por
frente odiador y odiado, dispuesto para que se desarrolle la guerra
civil.
"Vox se ha garantizado un electorado despreciable, maltratadores, violadores, asesinos de mujeres, portaestandartes del eterno machismo tradicional y católico que constituye la única ideología de género, totalitaria y adoctrinadora, que hemos sufrido en este país. Debemos tomarnos las palabras en serio, porque tienen consecuencias. Incluso cuando parecen el delirio de una panda de zumbados que han bebido más de la cuenta".
Hubo
un tiempo que en España, y en Europa, existió ese tablero, el de la
guerra civil. Y acabó en disparos y muertos verdaderos. En ese
tiempo hubo gente que alertó de la sinrazón, como Chaves Nogales,
por poner un ejemplo, la tercera España. A gente como él, a un lado
y otro del tablero, se la despreció, se la encarceló o tuvo que
exiliarse. Ahora estamos en el tiempo de las hostilidades verbales.
Hay
mucha gente que cree que confrontar ideas en la plaza pública no es
mantener una conversación para llegar a algún tipo de acuerdo sino
imponer las propias, sin entrar en ningún tipo de compromiso con
quienes opinan de forma diferente. Incluso muchos, demasiados, creen
que que a algunos no se les debería dejar exponer sus ideas bajo
ningún concepto. Si pensamos que nuestra posición es firme y
razonable, la única a tener en cuenta, por qué habríamos de creer
que los que lo hacen de forma antagónica habrían de cambiar de
opinión y no mantenerse en sus trece. El debate más enconado es el
político, donde poner en cuestión el entramado de ideas en las que
uno cree se convierte en una cuestión personal.
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