lunes, 14 de enero de 2019

Espantajos




           Convertir al adversario en espantajo, una figura sin pliegues pero con las aristas perfectamente definidas para que el contraste entre la luz y la sombra sea diáfano, es el mejor modo de hacerlo enemigo y concentrar en él los disparos verbales, la diana que el odio necesita. Pero disminuir al otro de ese modo, despojarle de humanidad, es el peor modo de liberarnos del odio que nos alienta, al contrario. Hacer del otro un espantajo es hacer de nosotros mismos un espantajo. Así construimos la contrafigura que da razón a nuestra existencia menguada y ocupamos el lugar en el tablero, frente por frente odiador y odiado, dispuesto para que se desarrolle la guerra civil.
"Vox se ha garantizado un electorado despreciable, maltratadores, violadores, asesinos de mujeres, portaestandartes del eterno machismo tradicional y católico que constituye la única ideología de género, totalitaria y adoctrinadora, que hemos sufrido en este país. Debemos tomarnos las palabras en serio, porque tienen consecuencias. Incluso cuando parecen el delirio de una panda de zumbados que han bebido más de la cuenta".

         Hubo un tiempo que en España, y en Europa, existió ese tablero, el de la guerra civil. Y acabó en disparos y muertos verdaderos. En ese tiempo hubo gente que alertó de la sinrazón, como Chaves Nogales, por poner un ejemplo, la tercera España. A gente como él, a un lado y otro del tablero, se la despreció, se la encarceló o tuvo que exiliarse. Ahora estamos en el tiempo de las hostilidades verbales.

         Hay mucha gente que cree que confrontar ideas en la plaza pública no es mantener una conversación para llegar a algún tipo de acuerdo sino imponer las propias, sin entrar en ningún tipo de compromiso con quienes opinan de forma diferente. Incluso muchos, demasiados, creen que que a algunos no se les debería dejar exponer sus ideas bajo ningún concepto. Si pensamos que nuestra posición es firme y razonable, la única a tener en cuenta, por qué habríamos de creer que los que lo hacen de forma antagónica habrían de cambiar de opinión y no mantenerse en sus trece. El debate más enconado es el político, donde poner en cuestión el entramado de ideas en las que uno cree se convierte en una cuestión personal.



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