Intuyeron
que era su momento, aunque lo tenían fácil ante la efervescencia
del 15-M, no había otro movimiento que les hiciese sombra y por eso
salieron a la luz y creyeron que asaltarían los cielos, pero no
podían triunfar, no fueron lo suficientemente populistas, sabían
que la cosa iba contra las élites, pero ellos, los fundadores, no
podían dejar de ser hijos de la élite. Imposible poder salvar la
contradicción. El que sí ha acertado es Steve Bannon. Él sí ha
leído correctamente el momento. La clase media asustada no quiere hacer la revolución, ni perder lo que ha
conseguido, aunque esté perdiendo algo. Quiere hacer oír su enfado
y lo quiere hacer oír con estridencia. Bannon les dice, exagerad las
quejas, no importa tanto las promesas como la manifestación rabiosa
contra las élites, poned sobre la mesa la posibilidad de la ruptura
pero sin llegar a ella. Bannon ha tenido éxito allí donde le han
escuchado: Trump, Salvini, Orban, Brexit, Abascal. Exagerad, radicalizaos al
máximo y si conseguimos que os vean como el ogro comeniños,
entonces triunfaréis del todo, la campaña la tendréis hecha, sin
dinero, gratis total.
Dónde
fracasaron los podemitas: no podían dejar de ser hijos de quienes son, no podían sacudirse el aura universitaria de la que procedían,
un aire académico por otro lado tan menguado, ni tapar el uso personal de los
beneficios del sistema, Iglesias, Errejón, Bescansa, Espinar, ni ocultar el fracaso del modelo que
habían propuesto, el socialismo cuartelario de Venezuela, y en ningún
momento quisieron vestirse con las telas de la patria porque no eran
populistas de verdad sino rancios comunistas, un sistema tan
requetefracasado, además, torpes, hicieron causa común con exetarras e
independentistas, quién, aparte de los círculos tronados de los que
procedían, podía comprarles tan averiada mercancía. Una operación
destinada al fracaso.
Por
qué triunfa, de momento, el populismo derechista. Porque se adaptan
mejor a las tropas desarrapadas que les siguen: ese aire de
desvalimiento intelectual, ‘son de los nuestros’, ese aire
anterior a todas las revoluciones, carlistas siglos después, hombres
por encima de las mujeres, esas ideas ucrónicas, tan fuera del
tiempo que no parecen de otro tiempo sino de fuera del tiempo, aunque
algunos sean funcionarios, jueces, profesores, friquis salidos a la
palestra, a los que se vota no por afinidad sino por friquismo, es lo
que quieren quienes les votan, no afiliarse a ellos sino presentar ese estropajo sucio, antiguo, maloliente a las élites bien
planchaditas que gobiernan y que hasta ahora no les tenían en cuenta
porque les tomaban como población desechable, intrascendente, a la
que barrer debajo de la alfombra para no tener que avergonzarse de
ella.
Reaccionarios
por igual unos y otros, como si hubiese diferencia entre los que se
ponen plumas rojas detrás de las orejas y quienes pintan de azul el
cuello duro de sus camisas. Puaf.
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