Algo
hay que aprender de los malos días. La irrupción en el otro extremo
del tapete de un jugador nuevo, resitúa a los actores. Ya no hay uno
sino dos extremistas, todo el mundo puede verlos y comparar. Ellos
mismos pueden
ver su reflejo en el otro extremo, cómo
bizquean de parecido modo, cómo se copian los gestos, las muecas
invertidas
pero iguales ante el espejo,
cómo
han asimilado, en su escaso vocabulario, el mismo código del hampa.
El que había ya no puede hacerse pasar por lo que no es, ladra igual
que el otro y ya empieza a desabrocharse la camisa como el recién
llegado. A
las calles,
grita el uno.
A
pecho descubierto, siempre
fue el
lema del
otro.
Los demás actores quedan en el centro, se vuelven para todos, de
pronto, moderados. Qué
poco erótico, ser moderado. Pero no
es tarde si no se conforman, se defienden y pasan a la ofensiva.
Ninguna concesión, ningún miramiento, ninguna simpatía, debería
ser su lema, el lema de todos los moderados, aunque es difícil salir
de la dinámica del arribista, del
que ha llegado a presidente buscando
por la sala a los más extremistas para serlo. Ya ha visto cuál es
el precio, sus compañeros han visto cuál es el precio. La Gaviota ya no
debe nada a los votantes que la han abandonado, la Rosa debería
pensar lo mismo, adónde le conduce encamarse con quienes quieren su
ruina y la de todos. Más temo por el tercero, el más moderado, que quede
arrollado por el gran tsunami que se aproxima. Los tres deberían
vencer el extremismo que se esconde en los medios y las tertulias,
que
azuzan sus diferencias.
Hay que leer los editoriales de los periódicos de cabecera para ver
que hasta allí han llegado los bizcos. Y pensar en todos. Pensar
en el país, trazar planes, acordarlos entre ellos y no sentarse a la
mesa con quienes avizoran la ruina, no pactar con extremistas. Hacer
ver a quienes votan extremista que su voto no vale nada, que es un
voto tirado a la basura. Ese debería ser el primer acuerdo de los
moderados.
“La conversación tuvo lugar hace nueve años, en su apartamento de Sanxenxo. Mariano Rajoy estaba relajado, la entrevista había concluido y el líder de la oposición aún fumaba puros. Con la grabadora encendida dejó una de sus frases sui generis (“del barco se dice que el mejor día de tu vida es cuando lo compras, solo superado por el día en que lo vendes”) y luego, con ella apagada, recordó la crispación en el PP acerca de la ley del matrimonio homosexual (el partido la recurrió y perdió en los tribunales). “Yo salía de los mítines y hombre, la gente normal, no, pero había cada uno.... Me agarraban y me gritaban: ‘Que no se casen los maricones’. Yo salía espantado. A mí no me gusta esta palabra, porque creo que se usa muy alegremente, pero a veces pienso: ‘Hay que ver la cantidad de fachas que votan a mi partido”.
Y,
efectivamente,
a las calles han salido. “Fuera
fascistas de nuestros barrios”, gritan. Qué harán, ¿irán
casa por casa para sacarlos? Y así ha sido.
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