lunes, 3 de diciembre de 2018

Un voto a la basura



              Algo hay que aprender de los malos días. La irrupción en el otro extremo del tapete de un jugador nuevo, resitúa a los actores. Ya no hay uno sino dos extremistas, todo el mundo puede verlos y comparar. Ellos mismos pueden ver su reflejo en el otro extremo, cómo bizquean de parecido modo, cómo se copian los gestos, las muecas invertidas pero iguales ante el espejo, cómo han asimilado, en su escaso vocabulario, el mismo código del hampa. El que había ya no puede hacerse pasar por lo que no es, ladra igual que el otro y ya empieza a desabrocharse la camisa como el recién llegado. A las calles, grita el uno. A pecho descubierto, siempre fue el lema del otro. Los demás actores quedan en el centro, se vuelven para todos, de pronto, moderados. Qué poco erótico, ser moderado. Pero no es tarde si no se conforman, se defienden y pasan a la ofensiva. Ninguna concesión, ningún miramiento, ninguna simpatía, debería ser su lema, el lema de todos los moderados, aunque es difícil salir de la dinámica del arribista, del que ha llegado a presidente buscando por la sala a los más extremistas para serlo. Ya ha visto cuál es el precio, sus compañeros han visto cuál es el precio. La Gaviota ya no debe nada a los votantes que la han abandonado, la Rosa debería pensar lo mismo, adónde le conduce encamarse con quienes quieren su ruina y la de todos. Más temo por el tercero, el más moderado, que quede arrollado por el gran tsunami que se aproxima. Los tres deberían vencer el extremismo que se esconde en los medios y las tertulias, que azuzan sus diferencias. Hay que leer los editoriales de los periódicos de cabecera para ver que hasta allí han llegado los bizcos. Y pensar en todos. Pensar en el país, trazar planes, acordarlos entre ellos y no sentarse a la mesa con quienes avizoran la ruina, no pactar con extremistas. Hacer ver a quienes votan extremista que su voto no vale nada, que es un voto tirado a la basura. Ese debería ser el primer acuerdo de los moderados.
La conversación tuvo lugar hace nueve años, en su apartamento de Sanxenxo. Mariano Rajoy estaba relajado, la entrevista había concluido y el líder de la oposición aún fumaba puros. Con la grabadora encendida dejó una de sus frases sui generis (“del barco se dice que el mejor día de tu vida es cuando lo compras, solo superado por el día en que lo vendes”) y luego, con ella apagada, recordó la crispación en el PP acerca de la ley del matrimonio homosexual (el partido la recurrió y perdió en los tribunales). “Yo salía de los mítines y hombre, la gente normal, no, pero había cada uno.... Me agarraban y me gritaban: ‘Que no se casen los maricones’. Yo salía espantado. A mí no me gusta esta palabra, porque creo que se usa muy alegremente, pero a veces pienso: ‘Hay que ver la cantidad de fachas que votan a mi partido”.

        Y, efectivamente, a las calles han salido. “Fuera fascistas de nuestros barrios”, gritan. Qué harán, ¿irán casa por casa para sacarlos? Y así ha sido.

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