Cuando
a un autor, a un articulista, a un periódico o incluso a un amigo se
le adivinan los sesgos, o se conoce su manera determinista de pensar
se hace cada vez más difícil frecuentarlo o quedar con él para
mantener una conversación. Al final deja uno de leerlo o llamarlo
por teléfono. No hay cosa más penosa que un proceso de ruptura
sentimental, lo que comenzó como un deslumbramiento donde uno
recababa todo tipo de información para asentar el enamoramiento
acaba en la desolación al solo ver defectos, miserias y
determinismos. No sólo somos homo sapiens, el animal que
acumula experiencias para deducir de ellas sabiduría, somos antes
que nada homo sentiens, el hombre que hace suyo el mundo,
aprendiendo de forma particular y única, aunque en tantas cosas
seamos semejantes con respecto a nuestros semejantes. Somos las dos
cosas, animales inteligentes que quieren saber más y más de
nuestros semejantes y de nuestro entorno y animales sentientes para
quienes sentir y dar significado al mundo es lo que merece la pena.
Por eso nos resultan aburridos y nos desapegamos de quienes antes
merecían nuestro respecto o queríamos pero han dejado de ofrecernos
una experiencia particular de la que antes aprendíamos y
disfrutábamos. Han dejado de sernos útiles, ya no son interesantes,
dejamos de frecuentarlos, nos apenan. Nos sucede con aquellos a los
que la enfermedad les gana o la vejez, aunque reservamos para ellos
la compasión si nos sentimos en deuda. Y a quienes antes nos
enseñaron y no nos han acompañado en la búsqueda apasionada del
conocimiento los dejamos atrás con desdén, a veces con desprecio,
siempre con pena.
Nuestro
cerebro tiene muchos modos de captar la realidad, de asumirla y
representarla. Buena parte de lo que le llega lo recibe pasivamente,
sin procesar la información (sistema 1). Otra buena parte la capta
mediante los sensores corporales de manera rápida, sin aparente
esfuerzo, de forma automática. Captamos sonidos, imágenes,
elaboramos sus representaciones y respondemos de acuerdo con pautas
que hemos ido mejorando con la experiencia. Hablamos, caminamos,
masticamos, vamos en bici, nadamos, tocamos un instrumento (sistema
2). Y hay una forma más trabajosa y lenta de pensar y reaccionar,
más costosa, en la conversación racional, en la escritura de una
carta, en una decisión importante que implique nuestro futuro, en
que damos vueltas y vueltas, pero en la que no necesariamente la
decisión final sea fruto del esfuerzo racional (sistema 2). ¿Quién
nos asegura que nuestras ideas sobre el mundo, nuestra representación
de las cosas, nuestras tendencias, nuestros valores son fruto de la
deliberación racional? Probablemente se han fijado sin ser
conscientes por el sistema 1 sin que sepamos cómo ha ocurrido.
Entonces una posición política, una regla moral, un gusto desfasado
se muestran con el mismo automatismo que andar en bici. Las personas
positivas, extrovertidas, con mundo, por decirlo así, tienen más
posibilidades de tener una mente abierta, de contemplar los cambios y
adherirse a ellos, aunque es difícil asegurarlo.
En todo caso, quizá
falte una asignatura, un procedimiento necesario, aprender a
aprender, someter nuestras ideas como la ciencia hace con sus
teorías, al ensayo y al error. No lo hacemos, no lo hemos aprendido,
nos descuidamos. Lo peor de quien vive y suelta ideas como brazadas
en la piscina es que, si tratamos con él, nos obliga a responder en
su plano, en su marco alicorto de pensamiento, a gastar la energía
que podríamos dedicar a cosas relevantes. Este mundo estático
parece una tendencia ahora mismo, aunque no todo el mundo está en
ella. Hay quien pelea de forma furiosa por erradicar la enfermedad y
prolongar la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario