lunes, 17 de diciembre de 2018

Necesidad de una teoría



Varios sondeos y trabajos de campo señalan que los chalecos amarillos tienen sus mayores apoyos entres los obreros, parados y empleados con bajos salios. Pero también hay pequeños empresarios autónomos. Un estudio sobre el terreno realizado por un colectivo de politólogos, sociólogos y geógrafos revela que sus ingresos medios son de 1.700 euros mensuales, un 30% menos que los ingresos medianos de todo el país”.

        A estas alturas todo el mundo sabe que las líneas de fractura son la globalización y la automatización de los procesos. Eso lo cambia todo. La sociedad está mutando a toda velocidad. La clase media es una entelequia, está recorrida por intereses diversos y lo que es peor no hay quien la represente. Buena parte de la población está viendo mermados sus ingresos, cuando tiene la suerte de tener un trabajo: precario, mal pagado, horariamente desordenado. Para nada le sirve a la población joven la formación convencional, no le asegura una profesión bien remunerada para el resto de su vida. Ante un horizonte tan poco prometedor pocos se arriesgan a crear una familia con hijos. Las tasas de reposición poblacionales han caído en España a su índice más bajo, también en Europa. El mundo de sus creencias, sustituido por el hervor mediático de las pujantes identidades minoritarias se desacredita (“panda de deplorables”), se desmorona. Sería fácil resumir: una civilización que fenece. El pacto socialdemócrata entre clase media y partidos del bienestar se ha roto: vosotros nos aseguráis un mínimo de condiciones vitales y un nivel de vida que va mejorando en cada generación y os dejamos que gobernéis. La parte de la clase media que ve el horizonte negro ha dejado de confiar en las élites (analistas, políticos, periodistas, líderes de opinión). Mientras la bonanza alcanzaba a la mayoría, aunque de forma decreciente en la estratificación social, se aceptaba que las élites organizasen la sociedad, en primer lugar en su propio beneficio. Ahora se tolera muy mal la corrupción, el nepotismo, el amiguismo. Crisis de representación, lo llaman. El 15-M fue un indicio del malestar, como lo es ahora la crisis de los chalecos amarillos franceses (que no acepta que nadie los represente). Aquí se creyó que los advenedizos que se arrogaron la representación del 15-M revitalizarían el sistema. Ya han visto que el malestar continúa y que aparecen nuevos agentes que dicen representarlo (Andalucía), pero en ambos casos son vueltas a viejas propuestas para un público que ya no existe. Durante un tiempo el mundo político estará revuelto (Brexit, Trump, 5 Estrellas y Liga Norte, Independentismo, Podemos, Vox), irá mutando de piel. La parte de la población descontenta seguirá probando, mostrando su malestar. Pero nadie sabe qué va a ocurrir, cómo se detendrá esta agitación, como se remansarán las aguas. Aunque lo enunciado solo es una parte del problema. Queda la parte más dura y quizá sangrienta, cuando una parte importante de la población se quede sin trabajo pero también sin un sentido que dar a su vida, como consecuencia de la automatización de los procesos laborales, quizá algo más alarmante que eso.

          Es patética la queja de los analistas porque la sociedad ha dejado de responder a sus análisis, de creer en sus diagnósticos, de aceptar sus propuestas. La desconfianza en las élites ha extendido la sospecha de que los representantes del pueblo en las instituciones han utilizado la mediación en su propio beneficio, para hacer negocios. Y me temo que esa percepción irá a más, mientras no sean sustituidos por otros, mentes más lúcidas y desapegadas del interés personal. Un periódico entero ha sido copado por una escuela de pensamiento cuya analítica no se basa en una mirada fría de la realidad sino en una voluntad de remodelarla. Vieja escuela. La realidad no es lo que es sino lo que yo quiero que sea. La mayoría de la población, no sólo los débiles de trabajos precarios y mal pagados, ha dejado de confiar en las élites. Ya no leen los periódicos ni ven las teles generalistas con sus telediarios, ni votan a los partidos institucionales. Los nichos de programas informativos para sus pocos fieles tienen la misma relación con la realidad que una tribu perdida del Amazonas con el mundo contemporáneo, lugares de estudio para etnólogos de la vieja escuela. Lo mismo sucede con los debates políticos. Ya sea en las tertulias o en los procesos electorales, capítulos de una serie de entretenimiento que no exige credibilidad.

           Hace falta una doble mirada sobre el mundo, este tiempo exige una nueva teoría, una que alejándose de la realidad la observe a distancia, que detecte los grandes movimientos que se están produciendo, algo parecido a lo que Marx hizo hacia 1848, que detecte el espectro que recorre el mundo, las líneas de quiebra de la sociedad, que separe lo obsoleto de lo nuevo y ponga ante los ojos la realidad tal cual es sin apósitos ni trampantojos. Sólo un buen análisis nos permitirá afrontar los problemas. Y una segunda mirada que se aproxime a lo que está sucediendo en la mente humana, sus miedos, sus terrores, sus esperanzas, como hizo Freud a finales del XIX. Una nueva teoría sobre el lugar en el mundo del homo sapiens que enuncie el espectro que recorre el mundo, el fin del trabajo y del sentido del vivir, la irrelevancia del ser humano, su obsolescencia, expulsado del trabajo por la automatización, de la dirección y organización de la sociedad por la inteligencia artificial, que aclare la nueva relación con el medio, con las máquinas, con el prójimo.


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