miércoles, 5 de diciembre de 2018

Los vecinos de enfrente, de Simenon




           Batum, a orillas del Mar Negro, Unión Soviética, año 1930. Un nuevo cónsul turco, Adil Bey, llega a la ciudad. El misterio rodea al anterior, qué ocurrió con él. Conoce a los cónsules italiano y persa y a un empresario americano. Y a sus mujeres. No le hablan con claridad, sino con ironía o sobrentendidos sobre lo que ocurre en la ciudad, ninguna conversación es franca. En su oficina, Sonia es la secretaria, una joven rusa que vive en el apartamento de enfrente, al otro lado de la calle, una habitación más bien, junto a su hermano y mujer. Todo el mundo se hacina en habitaciones, no en apartamentos. El hermano de Sonia es oficial de la GPU. Sonia y el cónsul se convierten en amantes, se acuestan cuando él se lo pide. Un día viene a la oficina un hombre con unos papeles para que el cónsul se los haga llegar a su hermana que vive en Turquía. De paso el hombre cuenta que ha ayudado a pasar gente por las montañas. Al día siguiente, Adil Bey se entera de que lo han fusilado. Parece algo rutinario, que se fusile así a la gente. Sólo él y Sonia habían escuchado la historia del hombre. La novela habla de la relación de Adil y Sonia, de la frialdad de esta contra la pasión de Adil. Adil se entera de que muchas mujeres se entregan a otros hombres porque sus salarios son muy bajos y no les llega para comer.

          Simenon describe lo que sucede en ese puerto del Mar Negro en esa época. El hambre, el miedo a ser delatado, la delación como válvula de seguridad. La atmósfera, la falta de intimidad, el espionaje de unos por otros, el nulo valor de la vida, la miseria física y moral. El protagonista teme perder la vida, pero al final, su locura pasional hace que otros la pierdan. Simenon es un maestro de atmósferas. Escribe sin un gramo de grasa, con las palabras justas, quizá falte algo, algo más de detalle, algo más de penetración en los personajes, pero no le sobra nada, ni una palabra sobra. Ningún ensayo podría describir mejor la degradación de la vida. Y Simenon lo hizo cuando muy pocos lo denunciaban, porque la mayoría no comprendía lo que estaba sucediendo. Simplemente porque no lo veían, no podían ver lo que su percepción no estaba preparada para ver. Simemon la escribió tras un viaje a la URSS y la publicó por entregas en 1933.

          Los vecinos de enfrente es una novela triste, infinitamente triste, porque en ella no hay lugar para la esperanza. Simenon lo vió pronto. La escribió en 1933, la situó en 1930. Después de esa década pasaron muchas décadas más y hubo gente que siguió con los ojos ciegos, no queriéndo ver. Hasta el amor es imposible en ese régimen totalitario al que Adil Bey es destinado como cónsul. Porque los sentimientos están prohibidos o sólo tienen sentido si son funcionales, si se ponen al servicio de la causa. Si la trasgreden, el trasgresor está muerto. Simenon comprendió cómo ese régimen totalitario afectaba al meollo de la vida, a la intimidad de las personas. Cualquier relación humana está manchada, ennegrecida por la delación del amante, del hermano, de cualquiera que emprendiese una causa humanitaria. Aún más allá, afectaba a la propia conciencia, que se trastocaba. La vida carecía de valor, no sólo porque podía ser eliminada en cualquier instante, sino porque perdía el sentido.

           Hay muchas películas, y libros, que tratan el asunto del mal ocasionado por el hombre político tomado por la utopía, desde la vertiente sentimental que es como se llega a la mayoría de la población, de modo que esta lo encarna en su naturaleza y personalidad. Pensemos en La lista de Schindler, en La vida es bella o en la más popular de todas, Casablanca, de una vez por todas queda en el imaginario popular que el fascismo o el nazismo son el mal absoluto. Toda discusión racional al respecto queda invalidada, por innecesaria. Sin embargo, no hay nada comparable con respecto al comunismo, no hay una sentimentalización parecida, si acaso es al revés se ensalza a sus héroes. Incluso la discusión racional al respecto es laboriosa, llena de trampas sentimentales, ni siquiera cuando aparece el mal en ese campo. El comunismo se asocia a determinados nombres o conceptos, como stalinismo, Pol Pot, maoismo, castrismo, impidiendo verlo como mal en sí mismo, al mismo nivel que el fascismo. Es algo que no hemos podido conseguir tras cien años de desgracias, tras el inicio de la revolución de octubre. Es el pecado original de los partidos de izquierda, y de la sociedad en general, que ven el fascismo como mal absoluto pero que corren un velo benigno sobre su hermano criminal, el comunismo.

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