sábado, 22 de diciembre de 2018

Laura Luelmo



El asesinato de Laura Luelmo ejemplifica como ningún otro el choque de dos Españas que siguen conviviendo con efectos tan nocivos que, como en este caso extremo, pueden llegar a ser letales”.

         Toda vida, vista en perspectiva, es una tragedia. Todas acaban mal. El objetivo de cada individuo es perseverar, disfrutar del regalo de la vida el mayor tiempo posible. Una vida es antes que nada una biografía, incluirla en un conjunto mayor: hombre, mujer, especie humana, vida sobre la tierra, disminuye su existencia feliz y trágica. En algunas ocasiones la opaca de tal modo, la indiferencia, que resta valor a su singularidad. En las fotos que han distribuido los medios Laura Luelmo aparece como una mujer radiante y bella, plena de vida. Un hombre trastornado se la arrebató. La tragedia en el caso de Laura es mayor porque la felicidad que le correspondía ha sido acortada muy pronto. Cada vida es un experimento de la naturaleza: somos una explosión de energía que se va apagando hasta consumirse del todo. Los accidentes, las enfermedades, las muertes violentas consumen en uno o pocos instantes la energía que debía perdurar hasta el momento que un cuerpo se consume de forma natural. A Laura Luelmo se le consumió en un instante. La biografía truncada de Laura Luelmo queda fragmentada en la memoria de quienes la conocieron, aunque ninguna biografía es completa, nadie puede sumar todo lo que fue, ni siquiera el yo que piensa o que recuerda. Todas son inaprensibles por más que los biógrafos traten de apresarlas en un significado definitivo.

          No somos máquinas biológicas perfectas. Los ciclos vitales no son regulares. No somos eficientes en el uso de la energía. Quizá la mayor ineficiencia provenga de nuestro mayor éxito como especie, la autoconsciencia derivada de nuestro órgano más singular, el cerebro. El hombre que acabó con la vida de Laura Luelmo es una máquina biológica muy imperfecta. Es una excepción en el comportamiento actual de la especie. No es único pero el porcentaje de los que son como él es ínfimo. También el asesino de Laura Luelmo, Bernardo Montoya tiene biografía. Hacerlo representativo de una parte de la especie es una hipérbole.


          Si no tenemos en cuenta la naturaleza humana y la biografía resurge el oscurantismo. No hay nada que permita sostener que existe una guerra entre los sexos, si no es en el benévolo sentido del juego de la seducción que siempre ha existido entre hombres y mujeres y, ahora, en una sociedad tan libre como la nuestra, entre individuos del mismo sexo. Decir que los hombres matan a las mujeres, como sugiere este chiste publicado en un periódico que pretende ser serio o escribir, ni más ni menos que por la subdirectora del periódico más importante del país, que el asesinato de Laura desnuda dos Españas, a dos generaciones enfrentadas, remite al mayor de los oscurantismos, enmarcar la realidad en los cajones de la ideología reaccionaria, sustentada en la parte reptiliana del cerebro, la amígdala, que impone lo emocional al procesamiento racional de los lóbulos frontales, como le sucede a Bernardo Montoya, donde la parte más antigua de nuestra biología se impone a la más reciente, lo estrictamente biológico al aprendizaje cultural. Biología en bruto convertida en ideología fija e inflexible que oscurece la comprensión de la realidad.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"begoña gerpe se va de españa"