En
esta novela hay cuatro personajes principales. En realidad dos
enteros y dos medios. Los dos enteros son Sandra Mozarovski, dueña
de la primera mitad y la narradora, que responde al nombre de Clara
Usón, el mismo de la escritora, que se adueña de las últimas
páginas. Los personajes demediados son el filósofo Wittgenstein y
la madre de la narradora. Que unos sean enteros y otros incompletos
se debe a la cantidad de información que de ellos se da, aunque de
ninguno, ni siquiera de los enteros, se ofrece todo lo esperable. Del
filósofo vienés hay tanta como para hacer de él un personaje pero
no la necesaria para que funcione como tal. También aparecen Pavese
y Camus pero solo para contar lo que dijeron sobre el suicidio, el
asesino tímido del título, el primero en sus diarios y en la
experiencia de su propia muerte, el segundo para recordar aquello que
escribió en El malentendu, “No hay más que un problema
filosófico verdaderamente serio: el suicidio”, y también para dar
vueltas al sentido del vivir con la referencia inevitable a su Sísifo
y al absurdo de empujar la piedra a lo alto del monte para que vuelva
a caer. En Wittgenstein el lector ve a un personaje complejo y
completo pero se le escamotea aquello en que consista su
ejemplaridad, que por eso sale en la novela. El segundo medio
personaje es la madre de la narradora. Una mujer de la que se nos
cuenta que era “una mujer muy sola, como perdida, desorientada”,
esclava del alcohol y el tabaco y, sin embargo, ángel custodio de la
narradora. Las mejores páginas son las que apuntan a la relación
entre ambas mujeres.
La
misma falta de información se echa en falta en el caso de los dos
personajes principales, aunque quizá no se trate tanto de datos como
de elementos necesarios para la construcción de los personajes. En
el caso de Sandra Mozarovski, lo que ha faltado es indagación entre
los que la conocieron, trabajo de campo, por así decirlo. Ya que te
pones a escribir sobre una persona real, investiga sobre ello. Solo
se hace referencia a artículos de revistas de la época, los
setenta, en que tuvo cierta fama como actriz en el cine de destape, a
escenas de sus películas y especulaciones sobre su muerte, que pudo
ser suicidio o asesinato, cuya única fuente son páginas de
Internet. El morbo del asunto es el supuesto affaire con el rey y un
presunto embarazo avanzado antes de la muerte. Sandra Mozarovski
funciona como espejo en el que se mira la narradora para tratar de
explicar lo que a ella misma le ha sucedido. Ese parecería el asunto
principal, la historia de drogadicción, sobredosis, internamiento
psiquiátrico y rehabilitación de la narradora, pero también aquí,
y eso lo tenía la autora bien a mano, suponiendo que Clara Usón
narradora sea la misma Clara Usón autora de la novela, se nos
ofrecen datos e impresiones pero falta una concepción de conjunto.
Sabemos muy poco de donde viene este personaje, cómo ha llegado
hasta ahí, a la voluntad repetida varias veces de morir por propia
mano, cuál es su evolución, cómo era antes, qué la propulsó, que
la moldeó, si el medio donde vivía o una propensión heredada. La
referencias literarias o filosóficas al suicidio no están atadas a
las necesidades del personaje, como el resto de personajes con
respecto a la narradora, como si cada cosa fuera por libre sin
conjuntarse en un significado que los unifique y dé sentido. Y qué
otra cosa es una novela sino dar sentido a las cosas de las que
habla. En cuanto a la referencia cervantina a que se acoge, la
“escritura desatada”, aquella en la que “cabe todo, incluso el
desorden, si tiene un propósito”, más parece justificación por
no haber trabajado la estructura de la novela que programa o voluntad
de estilo. En fin, que prometía bastante más de lo que da.
Mención
aparte merece quien escribe las contraportadas de esta editorial,
Seix Barral, creo que ni se lee las novelas, desde los encendidos
elogios que deberían enrojecer a los escritores a los resúmenes que
tan poco se parecen a lo que las novelas cuentan.
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