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Una avispa en la copa de moscatel
La
ruta de los tres tramos. A menudo sigo esa ruta. El tramo de la
muerte térmica, el tramo del pasado reconstruido, el tramo del
presente continuo, así los recorro, en orden inverso. Nunca como
hoy, en esta mañana de domingo, de comienzos de un noviembre frío
había percibido su simbolismo. La ruta comienza mucho antes, varios
kilómetros basura, podría decirse, pues sólo en los siete
kilómetros que van de Santa María del Invierno a Villaescusa la
Sombría se experimenta el futuro, pero no el futuro como augurio
sino contenido en el mismo espacio tiempo que los otros dos, como
latencia. El viento ligerísimo de cola ayuda a captar el pálpito
del silencio, la carretera comarcal vacía, ni un coche, ni un
vestigio de humanidad, ni un pájaro, ni uno solo, tan solo el hilo
gris del asfalto entre árboles mudos. Podría haber permanecido ahí,
llevado por la inercia, con el principio olvidado y la meta borrada,
rodando, rodando sin ningún desplazamiento, yo mismo sobre la bici,
una imagen fantasmal, no menos fantasmal que los cuatro pueblos
traspasados, desmoronados en el espejismo en el que titilan, que se
va deshaciendo hasta quedarse en nada, bajo la inexorable segunda ley
de la termodinámica. Desde San Juan de Ortega hasta Olmos de
Atapuerca, el segundo. Un tramo del Camino. Aquí si que hay
vestigios de un pasado remoto, aunque reconstruido: albergues,
cantinas, letreros indicativos, una alondra, una sola, muy por encima
de mi rodar, ahora algo esforzado por el viento que se levanta del
sur. Pero tan poco habitado, sin embargo, ni rastro de esos turistas
que juegan a ser peregrinos de un pasado que quizá nunca fue. Tan
solo mi bicicleta y yo y unos moteros, aterrizados de no sé donde,
que toman un café como yo en una taberna de un lugar llamado
Atapuerca, Atapuerca, el muy esforzado intento por dar sentido a la
inconsistencia, a pesar de todo en silencio, levemente interrumpido
por la queja de un hombre que no sabe como ahuyentar a una avispa de
la copa de moscatel que sostiene su mano. Un hombre, una copa de
moscatel y una avispa parecieran estar ahí para contradecir la
sensación de que todo es un espejismo. Incluso esa mujer de
pantalones ceñidos y chaquetón deportivo que aparece de la nada
junto a un enorme perro al que llama para que no se cruce en mi
camino, vestigio ella misma de una existencia incierta. El tercer tramo se inicia cuando cojo la Nacional 1. Entro en
el presente continuo, coches, camiones, buses, y la ilusión que
genera el movimiento de estar rodando de un lugar a otro, un
movimiento trabado por un viento más fuerte que me impide avanzar.
Si mañana repito de nuevo el mismo trayecto veré los mismos coches,
camiones y buses, lo que niega que haya renovación o diferencia,
principio y fin. Tan solo puedo afirmar que estoy contenido en una
burbuja, en perpetuo movimiento que en el ir y volver comparte
espacio y tiempo con otras burbujas. Quién puede decir que soy
recuerdo, que soy testimonio de estar viviendo, que mañana seré un
suceso. Contemplado desde fuera soy una burbuja intemporal, mero
espejismo. Una burbuja junto a millones de burbujas, miles de
millones de burbujas, tantas como hombres vivos y muertos, cada una
un universo, vivo quizá, quizá muerto, recuerdo quizá, quizá proyecto.
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