domingo, 4 de noviembre de 2018

Una avispa en la copa de moscatel




              La ruta de los tres tramos. A menudo sigo esa ruta. El tramo de la muerte térmica, el tramo del pasado reconstruido, el tramo del presente continuo, así los recorro, en orden inverso. Nunca como hoy, en esta mañana de domingo, de comienzos de un noviembre frío había percibido su simbolismo. La ruta comienza mucho antes, varios kilómetros basura, podría decirse, pues sólo en los siete kilómetros que van de Santa María del Invierno a Villaescusa la Sombría se experimenta el futuro, pero no el futuro como augurio sino contenido en el mismo espacio tiempo que los otros dos, como latencia. El viento ligerísimo de cola ayuda a captar el pálpito del silencio, la carretera comarcal vacía, ni un coche, ni un vestigio de humanidad, ni un pájaro, ni uno solo, tan solo el hilo gris del asfalto entre árboles mudos. Podría haber permanecido ahí, llevado por la inercia, con el principio olvidado y la meta borrada, rodando, rodando sin ningún desplazamiento, yo mismo sobre la bici, una imagen fantasmal, no menos fantasmal que los cuatro pueblos traspasados, desmoronados en el espejismo en el que titilan, que se va deshaciendo hasta quedarse en nada, bajo la inexorable segunda ley de la termodinámica. Desde San Juan de Ortega hasta Olmos de Atapuerca, el segundo. Un tramo del Camino. Aquí si que hay vestigios de un pasado remoto, aunque reconstruido: albergues, cantinas, letreros indicativos, una alondra, una sola, muy por encima de mi rodar, ahora algo esforzado por el viento que se levanta del sur. Pero tan poco habitado, sin embargo, ni rastro de esos turistas que juegan a ser peregrinos de un pasado que quizá nunca fue. Tan solo mi bicicleta y yo y unos moteros, aterrizados de no sé donde, que toman un café como yo en una taberna de un lugar llamado Atapuerca, Atapuerca, el muy esforzado intento por dar sentido a la inconsistencia, a pesar de todo en silencio, levemente interrumpido por la queja de un hombre que no sabe como ahuyentar a una avispa de la copa de moscatel que sostiene su mano. Un hombre, una copa de moscatel y una avispa parecieran estar ahí para contradecir la sensación de que todo es un espejismo. Incluso esa mujer de pantalones ceñidos y chaquetón deportivo que aparece de la nada junto a un enorme perro al que llama para que no se cruce en mi camino, vestigio ella misma de una existencia incierta. El tercer tramo se inicia cuando cojo la Nacional 1. Entro en el presente continuo, coches, camiones, buses, y la ilusión que genera el movimiento de estar rodando de un lugar a otro, un movimiento trabado por un viento más fuerte que me impide avanzar. Si mañana repito de nuevo el mismo trayecto veré los mismos coches, camiones y buses, lo que niega que haya renovación o diferencia, principio y fin. Tan solo puedo afirmar que estoy contenido en una burbuja, en perpetuo movimiento que en el ir y volver comparte espacio y tiempo con otras burbujas. Quién puede decir que soy recuerdo, que soy testimonio de estar viviendo, que mañana seré un suceso. Contemplado desde fuera soy una burbuja intemporal, mero espejismo. Una burbuja junto a millones de burbujas, miles de millones de burbujas, tantas como hombres vivos y muertos, cada una un universo, vivo quizá, quizá muerto, recuerdo quizá, quizá proyecto.

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