lunes, 5 de noviembre de 2018

El domingo de las madres, de Jonathan Swift




                30 de marzo de 1924. Uno de esos días en que las criadas de las grandes casas inglesas tenían el día libre para visitar a sus madres. La prota es una de esas criadas, una mujer, pues, Jane. Ella no tiene padres porque fue abandonada al nacer en un hospicio. Por eso porta el apellido que se daba en esas circunstancias, Expósito, aquí, Fairchild, allí. Jane aprovecha el día para visitar a su amante en su mansión. Un joven noble que está a punto de casarse y con quien lleva disfrutando unos cuantos años antes de esos 22 que ahora luce en todo su esplendor. Jane se desnuda. Jane entra por el camino de grava hasta la puerta principal y se desnuda. Hay un prólogo y un epílogo vestidos, pero el meollo discurre en la mansión donde los amantes se entregan desnudos y desnuda permanecerá ella, cuando él acuda a la cita con su prometida. Desnuda recorre las habitaciones de la primera planta, los salones de la principal, la cocina del sótano donde da cuenta de un pastel de carne. Desnuda va hollando con naturalidad el castillo de naipes de la estratificación social y de género. No hay nadie más en la casa, no coge el teléfono que suena insistente, que trae una importante noticia de la que la prota y el lector se enterarán más tarde, deja las sábanas con la húmeda semilla regurgitada por la bolsita que impide que avance más allá de lo conveniente en el interior de Jane. Ya vestida, coge una orquídea de un jarrón y la guarda debajo de la ropa y en bici vuelve a la casa donde trabaja de criada, pero las cosas ya nunca serán iguales. Aquel día pasaron más cosas raras, su amante había llevado a sus criadas en coche a la estación para que fueran a casa de sus madres, el propio amo de la casa donde esta Jane como criada la lleva en su coche, en el asiento del lado del conductor y le habla como se le habla a un igual, como si el sistema de castas se hubiese derrumbado en aquel preciso instante, in the afternoon, del 30 de marzo de 1924. Y más cosas que no cuento para no desbaratar la lectura de quien quiera iniciarla.

               Es fácil trasladar el significado. El fin de una clase, la caída del varón, la liberación, mejor l'épanouissement, no hay palabra comparable en español, de la mujer, que al mismo tiempo es el de la escritura, porque Jane se convierte y triunfa como escritora tras aquel affaire, pues la escritura nace de la desnudez. Un juego de sutilezas engarzadas como mecanismo relojero o una banalidad, una alegoría de la mutación de los roles de género o un anacronismo que se consume en su transposición al juego literario. Un mundo desaparecido, traído hasta el 2017, para tomar partido en el presente. En cualquier caso Swift está celoso de sus compañeros de generación. Cada uno de ellos ha tenido su momento, El loro de Flaubert para Julien Barnes, Experiencia para Martin Amis, Expiación para el más sutil de todos ellos, Ian McEwan. Hasta un Nóbel tiene el gupo, Ishiguro. No parece que El domingo de las madres vaya a elevarse a el gran momento Swift. O sí.


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