sábado, 3 de noviembre de 2018

Incuria




             Cada vez que paseo por los pueblecillos románicos del norte de Palencia, el azar me depara alguna sorpresa, agradable sorpresa. Esta vez, entre otras, tras abrir la puerta del cementerio, en el ábside de la segunda iglesia de Páramo de Boedo, este capitel con una cara labrada a dos lados, ojos rasgados y nariz monstruosos, razonablemente conservado, con esa dentadura terrorífica que parece dispuesta a masticar todo cuanto se le acerque. Pero también hay sorpresas desagradables que están relacionadas con la incuria. Hay gente que recibe su salario a cuenta de la hacienda común para que cuide el patrimonio. Portadas, iglesias, capiteles, la maravilla del románico castellano sigue estando ahí para deslumbrar, pero cada vez que se pasa uno delante están un poco más deteriorados. Qué hace esa gente que recibe un sueldo para que los cuiden. No sé si tiene mucho valor la ermita de San Martín, en Quintanilla de Boedo, a pocos kilómetros de Aguilar, sobre un altozano, con unas vistas espléndidas sobre el embalse de Aguilar y la montaña palentina. Sólo por eso ya debería ser cuidada. Los contrafuertes están despegados del muro, con piedras sueltas en medio para empujar más, las paredes resquebrajadas en la pared delantera y en la trasera. Las heridas están a la vista, en cualquier momento colapsará. ¿A quién le importa?




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