viernes, 16 de noviembre de 2018

Prestigio, de Rachel Cusk




           Solo en las últimas páginas sabemos cómo se llama la narradora y que su nombre no coincide con el de la escritora, aunque durante la lectura hemos creído que podrían coincidir. La narradora acude invitada a una reunión de escritores en una gran ciudad del sur de Europa, podría ser el levante español, pero también Italia. Hay descripciones sobre la ciudad y su entorno, sobre las costumbres del país, sus restaurantes y hoteles, sobre el puerto y la playa, en contraste con el país de donde procede la narradora, Inglaterra. La narradora, en general, escucha lo que le dicen el resto de escritores invitados, periodistas que vienen a entrevistarla, su agente y su traductora. Son largas parrafadas en las que ella apenas interviene, incluso en el caso de los periodistas que deberían entrevistarla, son ellos los que hablan. De la narradora apenas sabemos que tiene un hijo y que se ha casado por segunda vez. Cuando parece que va a hablar, son los otros los que inician un relato que la mayor parte de las veces tiene que ver con las relaciones de pareja, matrimonios fracasados, hijos, empleos que se ven afectados por la maternidad, y también sobre las dificultades de la mujer para tener una vida autónoma, para tener éxito en su profesión. También hablan de literatura, de la diferencia de ésta con los libros escritos para ser vendidos sin más. En realidad, estas conversaciones, o monólogos tal vez, son como pequeños relatos engarzados nada más que por el movimiento de la narradora del avión al hotel, del hotel a la sala de audiciones, de la sala al restaurante, del restaurante de vuelta al hotel. Algunos pasajes son extraordinarios, el que da comienzo a la novela, un hombre encajonado en la butaca del avión, que cuenta la triste historia de su perro que es la suya propia, o la historia de una periodista y su hermana, cuyas vidas parecen reflejarse la una en la otra, atentas cada una a los vaivenes de sus matrimonios, con imágenes contrapuestas y cambiantes de lo que pueda ser la felicidad y de lo que pueda ser la justicia de la vida (La justicia hay que temerla, temerla en lo más hondo, incluso cuando ves caer a tus enemigos y te corona vencedor) o el delicioso relato de un guía turístico con síndrome de Asperger.

           Lo original, lo que hace valiosa esta novela es ese discurrir del habla de un personaje a otro, de un acontecer individual a otro, cada uno intentando dar fe de ese lema de Píndaro que Nietzsche hizo suyo, Conviértete en lo que eres, las mil caras de la lucha por mantener la dignidad de una mujer, también de un hombre, aunque los hombres son vistos al bies, de perfil, nunca de frente como sí ve la narradora a las mujeres con las que se cruza, hasta el punto de que el único punto novelesco, el único momento con una narración compleja es el final, cuando la narradora al pasear por la playa ve a un grupo de hombres desnudos o apenas tapados fumado en torno a una hoguera al atardecer, ella se desnuda y se sumerge en el oleaje y acaba con una especie de duelo en O. K. Corral. La novela desborda inteligencia, en exceso, quizá, como si la escritora necesitase exhibirla, pero se agradece que salte por encima de las convenciones y nos ofrezca algo diferente a lo que estamos acostumbrados, ensanchando el campo de la narración.

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