Levanta
uno una piedra, pone el oído en una conversación de bar, sigue un
chat social y allí están, imperturbables, con su viejo discurso de
casi cuarenta años, la verdad es relativa. La verdad depende
de la temporada de lluvias, del humor de la ardilla del vecino
bosque, de que aquella mañana el niño, entre rabietas, se haya puesto las zapatillas rojas. Son trumpistas y no lo saben. El
relativismo epistemológico y su primo el relativismo moral nacieron
en la academia americana de los años ochenta, de lecturas mal
digeridas de los filósofos franceses, entre costo y chutes de ácido
lisérgico. La mayor parte de quienes ahora lo sostienen no hicieron
estas lecturas, ni tampoco aquellas, pero esos clics mentales están en el
aire, los han oído cien, mil veces, y al modo goebbelsiano los han
asumido como verdad verdadera aunque la verdad no exista. Los
populistas de derechas, y los de izquierdas, de esta hora han dado a
aquellas plantas noctívagas una segunda vida y han triunfado. Trump
y su ralea han aceptado esa episteme y afirman con total
descaro que los hechos son cuestionables y sus verdades alternativas.
El relativismo sirve tanto a Putin y a Bolsonaro como a Maduro y a
Errejón (en Venezuela, "la gente hace tres comidas al día", dice este).
Pero nuestros relativistas no lo saben, no saben que están en el
mismo bando, en el de Errejón y en el de Trump. En realidad, como el
pez en su pecera, aceptan la cárcel de su marco mental sin mayor
conocimiento, están a gusto dentro de la estrechez de sus ideas, con
la única condición de que el cristal de su pecera sea rojo en vez
de azul.
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1 comentario:
Un pez (joven) no sabe aún lo que es el agua. Porque el agua es el marco mental en el que vive.
Un pez (joven o mayor) no admite la pecera. Porque esa cárcel dónde vive se lo impone una "verdad". Siempre esas "verdades", añosas o jovenes, limitando su movimiento. Muchos peces no lo admiten, se escaman y acaban muriendo mientras boquean.
J
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