“Nada en ella, ni el ardor de la sangre, apaciguado por una feliz vida conyugal, ni la necesidad tan común en las mujeres de buscar satisfacción para sus intereses espirituales, la había impulsado a buscarse un amante, era absolutamente feliz al lado de su esposo, un hombre acaudalado, superior a ella en el plano intelectual, con dos hijos, sin ninguna preocupación, satisfecha de poder disfrutar de una vida acomodada, plenamente burguesa, apacible y sin sobresaltos. Sin embargo, en ocasiones, un ambiente agradable y relajado excita la sensualidad más que el bochorno o la tormenta, una existencia dichosa y equilibrada puede ser un acicate más eficaz que la desdicha y, para muchas mujeres, la falta de deseo resulta tan fatídica como la insatisfacción o la desesperanza”.
Tiene
razón Michel
Houellebecq cuando afirma que nada mejor que una novela, iba a
escribir que una buena novela, pero no, quizá con una novela
mediocre baste, para conocer el espíritu de una época. Stefan Zweig
fue un gran escritor de comienzos del siglo XX. Ahora está teniendo
una segunda época. En su caso, tanto las novelas como sus ensayos
son inmejorables para conocer aquel periodo anterior a la primera
gran guerra o el periodo posterior, el de entreguerras. Miedo
fue escrita en 1913. En ella el personaje central, muy bien
construido, una mujer, está atenazada por un chantaje que no la deja
vivir. Ha tenido una aventura fuera de su matrimonio y otra mujer le
hace pagar por ello. La historia nos ayuda a comprender
la época. La época de Freud y sus ensayos sobre la histeria, la
condición subyugada de la mujer. La época central de la lucha de
clases que tendría su punto álgido cuatro años después: la
protagonista es un mujer burguesa, de 30 años, bien casada con un
abogado prominente, con dos hijos menores, la vida asegurada y feliz,
tanto que, tras ocho años de felicidad, siente la necesidad de
atender al deseo, de entregarse a la aventura (“Irene sintió que
aquel engañoso bienestar de algún modo la alejaba de la vida
real”). La novela construida en torno a la angustia de esa mujer
nos hace sentir los estragos de la sumisión a unas reglas que
ahogan al ser humano. Así lo entiende el lector, el narrador por el
contrario lo ve como la condición de la felicidad. Es una novela de
época, solo comprensible en ella. Desatado el chantaje, la
protagonista, una mujer burguesa se ve avasallada por la chantajista,
una mujer proletaria despedida de su trabajo, sin escrúpulos morales
como corresponde a una proletaria, y por su marido que parece
adivinar su resbalón moral. En algún momento de la novela se dice
que el matrimonio es la mejor institución social, no se ha
encontrado nada mejor. Sin esa idea, un lector de hoy, tampoco
comprenderá correctamente la novela, no entenderá su desenlace,
cuando encontrada la solución, entregados protagonista y lector a la
descarga emocional, el narrador desvele el plan que ha urdido la
trama. A la mujer el cielo se le despeja de nubarrones anunciándole
la felicidad del matrimonio, al lector, sin embargo, se le secan de
golpe las lágrimas, incrédulo. La novela es como ese documento
encontrado en una excavación que explica lo que faltaba para
comprender un tiempo que parece ignoto, incomprensible.
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