Hay
valores intangibles que son superiores a los materiales. Ser rico,
hacerse millonario, ha sido durante estas décadas pasadas, aún lo
es, un valor supremo. Es un hombre, un hombre con valor el que se ha
hecho millonario. Todo el mundo querría ser Gates o Zuckerberg o
Elon Musk. Aquí en España, Messi o Ronaldo. Espejos en los que
mirarnos. Pero la cima de ese actual Olimpo no está al alcance de
cualquiera. Los futbolistas han llegado hasta allí gracias a un don
natural que no se le concede a todo el mundo. Los popes de la
informática e internet han ascendido gracias a la combinación de
ciertas habilidades con la suerte: estaban allí en el momento
oportuno. En ambos casos deberían avergonzarse de su riqueza o al
menos no hacer ostentación, es la naturaleza y el azar quien se la
ha concedido. La sociedad tampoco debería encumbrarlos. Tener un
cerebro privilegiado es puro azar. Hay otro tipo de valores que están
a disposición de todo el mundo, que deberían admirarnos, que
deberíamos premiar si se ponen a disposición del bien común. Un
político que traza objetivos para el bienestar de la sociedad que
lidera, un científico que empeña su vida en descubrir modos de
curar enfermedades, hacer la vida más cómoda, disminuir las
desigualdades, comprender los misterios de la naturaleza, un jurista
que busca el mejor sistema para aplicar la ley de la forma más
equitativa y justa, un maestro que se entrega a su profesión sin
buscar recompensa, un periodista que explica las cosas del mundo
prescindiendo de sus prejuicios. Todo el mundo puede ser responsable
en su profesión, pero hay algunos que rompen los estándares por el
bien común. Hay personas excepcionales sin necesidad. Algunos son
recompensados con premios que les concede la sociedad: premios
nobeles, medallas, honores, reconocimientos. ¿Quién ha hecho un
mayor bien a la humanidad Watson y Crick o Messi y Ronaldo, Alexander
Fleming o Elon Musk? El dinero premia a unos por encima de otros,
pero no parece que sea la mejor escala de valor. A la larga no lo es.
Al final, en la memoria de la humanidad quedan los hombres valiosos,
aquellos que han unido a sus dones, a sus habilidades naturales, el
empeño por encauzarlas en dirección al bien común.
En
algún momento nos quedamos a solas y meditamos. Hacemos balance de
nuestra vida. Nos preguntamos, ¿he hecho algo valioso? Hay una forma
de medir ese valor, algo que se nos concede y que perseguimos. La
reputación. Más que el dinero y los honores es la reputación, ese
intangible, lo que pesará en nuestra conciencia antes de que esta se
apague. La renuncia del juez Marchena es un síntoma de que no solo
hay una constante mejora en las condiciones materiales de la
humanidad, todos los índices así lo indican, sino que también
empezamos a mejorar en otros ámbitos más difíciles de medir, la
integridad, el trabajo bien hecho, el desinteresado. El
juez ha hecho balance de daños y ha visto que el desprestigio de
asumir la bipresidencia era mayor que la dignidad disminuida de
quedarse donde está. Frente a los vacuos honores que el pacto
partidario le concedía ha preferido mantener en lo posible su
reputación.
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