martes, 20 de noviembre de 2018

Marchena renuncia


            Hay valores intangibles que son superiores a los materiales. Ser rico, hacerse millonario, ha sido durante estas décadas pasadas, aún lo es, un valor supremo. Es un hombre, un hombre con valor el que se ha hecho millonario. Todo el mundo querría ser Gates o Zuckerberg o Elon Musk. Aquí en España, Messi o Ronaldo. Espejos en los que mirarnos. Pero la cima de ese actual Olimpo no está al alcance de cualquiera. Los futbolistas han llegado hasta allí gracias a un don natural que no se le concede a todo el mundo. Los popes de la informática e internet han ascendido gracias a la combinación de ciertas habilidades con la suerte: estaban allí en el momento oportuno. En ambos casos deberían avergonzarse de su riqueza o al menos no hacer ostentación, es la naturaleza y el azar quien se la ha concedido. La sociedad tampoco debería encumbrarlos. Tener un cerebro privilegiado es puro azar. Hay otro tipo de valores que están a disposición de todo el mundo, que deberían admirarnos, que deberíamos premiar si se ponen a disposición del bien común. Un político que traza objetivos para el bienestar de la sociedad que lidera, un científico que empeña su vida en descubrir modos de curar enfermedades, hacer la vida más cómoda, disminuir las desigualdades, comprender los misterios de la naturaleza, un jurista que busca el mejor sistema para aplicar la ley de la forma más equitativa y justa, un maestro que se entrega a su profesión sin buscar recompensa, un periodista que explica las cosas del mundo prescindiendo de sus prejuicios. Todo el mundo puede ser responsable en su profesión, pero hay algunos que rompen los estándares por el bien común. Hay personas excepcionales sin necesidad. Algunos son recompensados con premios que les concede la sociedad: premios nobeles, medallas, honores, reconocimientos. ¿Quién ha hecho un mayor bien a la humanidad Watson y Crick o Messi y Ronaldo, Alexander Fleming o Elon Musk? El dinero premia a unos por encima de otros, pero no parece que sea la mejor escala de valor. A la larga no lo es. Al final, en la memoria de la humanidad quedan los hombres valiosos, aquellos que han unido a sus dones, a sus habilidades naturales, el empeño por encauzarlas en dirección al bien común.

         En algún momento nos quedamos a solas y meditamos. Hacemos balance de nuestra vida. Nos preguntamos, ¿he hecho algo valioso? Hay una forma de medir ese valor, algo que se nos concede y que perseguimos. La reputación. Más que el dinero y los honores es la reputación, ese intangible, lo que pesará en nuestra conciencia antes de que esta se apague. La renuncia del juez Marchena es un síntoma de que no solo hay una constante mejora en las condiciones materiales de la humanidad, todos los índices así lo indican, sino que también empezamos a mejorar en otros ámbitos más difíciles de medir, la integridad, el trabajo bien hecho, el desinteresado. El juez ha hecho balance de daños y ha visto que el desprestigio de asumir la bipresidencia era mayor que la dignidad disminuida de quedarse donde está. Frente a los vacuos honores que el pacto partidario le concedía ha preferido mantener en lo posible su reputación.


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