miércoles, 21 de noviembre de 2018

El rey recibe, de Eduardo Mendoza






           Como en Rachel Cusk, aquí tampoco hay una trama trabajada, un edificio sobre el que situar la narración, hay narración pero muy débil, inexistente casi, que solo puede entenderse como hilo argumental que lleve a las dos novelas que han de seguir en una trilogía anunciada que el autor llama Las Tres Leyes del Movimiento. El autor se toma su tiempo, como si cogiese carrerilla para contar algo con sustancia, de hecho, salvo un comienzo prometedor, sólo cuando quedan cien páginas de las trescientas sesenta, el lector comienza a ver algo de interés y eso tiene que ver más con dos personajes circunstanciales, Yves, un pianista francés con una idea personal de lo que es el arte y la vida y Valentina, una mujer que no encuentra el modo de afincarse en la vida, más interesantes que el propio protagonista. La historia sucede en Barcelona y después en Manhattan, historia por decir algo, porque no parece que el autor sepa dónde quiere llevar a sus personajes. Si algún valor tiene esta novela está más en las atmósferas que en los sucesos, los setenta, la dictadura franquista, Nixon y el Watergate, como si el autor bebiese de los recuerdos de su propia experiencia y con ellos quisiese crear algo sin saber qué. Más que bien escrita, es una novela pulida, relamida en ocasiones, sin quebrantos en el discurrir de la lengua, en paralelo a lo que se va contando, donde tampoco hay fallas o sobresaltos. Se reconoce a Mendoza en la ironía o el sarcasmo que a veces destila, aunque tampoco prodiga en demasía y en algunos, pocos, diálogos en que aparece su ingenio para el contraste o la contradicción. No se puede hablar pues de novela sino más bien de un trozo o un proyecto o una primera parte, esperando la continuación. Aun así, parafraseando a Teju Cole, ¿dónde está el elemento de provocación formal o de ruptura conceptual del que depende que una novela sea memorable?

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