viernes, 23 de noviembre de 2018

Dos miniseries británicas




           Ahora que las productoras de cine y tv se han puesto como locas a producir series, la chispa creativa se está apagando o solo aparece muy vez en cuando. O al menos yo no encuentro algo que me satisfaga. Es como bajar al cauce de un río, cribar el agua y esperar a que aparezca una pepita de oro. Si tengo que elegir, busco las miniseries para no sentirme esclavo de las plataformas. Todo el mundo intenta que pagues una cuota mensual, desde los partidos y sindicatos a las eléctricas o las teléfonicas o las empresas que emiten en streaming. Mantener la independencia debería ser un signo de distinción, así como los popes de las digitales tienen como prurito personal no usar móvil, nosotros los de a pie deberíamos devolverles la moneda, me niego a pagar una cuota mensual, a convertirme en su esclavo.

           De las muchas que he probado, desde quince minutos a un episodio o tres o cuatro, he llegado al final, seis y tres episodios respectivamente, en estas dos británicas: Bodyguard y A very english scandal. Las dos, como todo lo que se emite, son prescindibles, más la primera que la segunda. Bodyguard empieza bien pero se va diluyendo hasta convertirse en algo peor que convencional, material rutinario. Cuando desaparece el segundo personaje, una ministra de la que es guardaespaldas el protagonista, la serie pierde punch, al guionista se le nubla la imaginación. La mitad de los episodios se parecen a aquellas vulgares películas para tv de los domingos por la tarde. A very english scandal es mucho más interesante por tres motivos: porque está basada en un suceso de la política britaníca de los 70 y, en general, la vida real siempre llega más lejos que la imaginación, porque se nota la mano de su director, Stephen Frears, y porque un Hugh Grant maduro hace un papel como nunca le había visto. La serie recuerda aquellos años, está llena de la ironía y buen humor británicos y está magníficamente interpretada.


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